No puedo dejar
de estremecerme (y creo que nadie) cada vez que nuevos casos de suicidios de adolescentes asaltan a las páginas de los diarios.Resulta sencillo circunscribir un caso de suicidio, ya sea infantil o de personas adultas, a una mera página de sucesos de un periódico; sin embargo, pienso que estos casos merecerían una reflexión más profunda por cuanto en muchas ocasiones estos hechos se constituyen en síntomas alarmantes de deterioro de una sociedad en aspectos tan esenciales como puede ser la educación, y no sólo en su vertiente institucional, sino humana.
Al leer -en todos los casos de suicidios de adolescentes que se han producido- las declaraciones de las familias, los compañeros y los profesores, en las cuales se subraya el carácter de normalidad y en muchos de los casos de éxito académico de los chavales, uno se pregunta desde qué óptica se juzga esa supuesta normalidad y si no se referirán a una falsa estabilidad provocada por un inconsciente interés social por ocultar algo que no debiera ser ya un misterio: que la escuela no satisface porque la escuela aburre.
Estos suicidios, que evidentemente no son la norma, sí pueden resultar significativos a la hora de valorar todo un sistema educativo que, con reforma o sin ella, deberá revisar los fundamentos más humanos de la educación, y que no son otros que aquellos que escapan de todo tipo de certificaciones académicas. calificaciones escolares, repeticiones de curso, etcétera, ya que incluso dentro de este sistema educativo no existen los cauces necesarios no sólo de prevención, sino de resolución para los casos (muy numerosos) de fracaso escolar.-
Pedagogo. Madrid.
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