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Carta secreta a Ettore Scola

Mi caro amigo, admirado poeta y eximio presidente de la Federación Europea de Realizadores del Audiovisual (FERA):Con más asiento en mis humores que en mi ponderación, aprovecho las columnas de EL PAÍS para enviarte esta misiva clandestina a la grita callando.

Al mismo tiempo que a Melina Mercuri, Simone Veil, Jack Lang, Jorge Semprún, Lutero y Shakespeare (si he comprendido correctamente tu carta del 20 de agosto), has invitado a la crema de la intelectualidad europea cual novísimo Chicote. Tu proyecto consiste en que los más notables artistas actuales aún no exterminados por nuestros benefactores, en pleno marco heleno y como si fuéramos tan inmortales como el turrón, demos a conocer la Declaración de Delfos a fin de mostrar a los pestilentes satélites audiovisuales que todo se ha perdido, menos el olor.

Te informo que acabo de recibir la visita de un abogado (sin su mula) de la Corporación de Artistas Semiexterminados (la CASE). Pretendía ayudarme a preparar la Declaración; mi sorpresa no fue menor que si hubiera visto a un hipopótamo intentar correr en un carrera de galgos.

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Estoy hasta más arriba de la pantorrilla de soportar a ese rebaño de parásitos picapleitos que viven a cosa nostra, como si no fuéramos capaces, como ellos, de hacer la 0 con un esputo.

¡Y que vivan los poetas que van por el monte solos!..., como dijo Lorca antes de ser, por lo que le tocaba, totalmente exterminado.

La conversación con el leguleyo, a causa de su susceptibilidad de sapo, no pudo comenzar peor. ¡Cómo se mosqueó en cuanto me oyó llamarle cretino!

Para aliviar la tirantez, le anuncié, dicharachero: "Mi querido y casto Código Procesal, o mis gafas no funcionan o está usted más verde que una mata de habas". Tampoco le gustó que le llamara Código Procesal; es más quisquilloso que un ministro calvo, lo cual, para colmo, es su sueño robado.

Por pura cursilería ha alquilado una mula y la ha teñido con agua oxigenada para que parezca una yegua. La foto del animal y la de su encantadora esposa presiden su despacho a lo bestia.

Cuando volvió a repetirme, tozudo como su acémila, que quería ayudarme a redactar la Declaración de Delfos hube de advertirle que los pingüinos canutos son unas aves la mar de perspicaces, pero que no podía decir lo mismo de los aspirantes a consejeros de poetas. Beckett, Ionesco y Godard me habían avisado: hablar con un parásito semejante deja un sabor de aguarrás en la boca con pies de plomo.

Luego se puso a gritar como si hubiera descubierto un distribuidor de tachuelas clandestino bajo su falso despacho Luis XV: "¿Qué sería de los artistas sin nosotros?". Por lo visto, como buen abogado, quería tener el monopolio de la incompetencia.

Sus consejos no tienen ni la fuerza suficiente para hacer tambalear una apisonadora, ni la energía para dar electricidad a un faro. Además, es tan fofo como su falo en erección.

Cuando le advertí que un artista es un ser mayor de edad, capaz de escribir 40 declaraciones sin pestañear y sin ayuda de un molino, pasmado, puso un rostro tan raro que parecía mismamente que su abuela le había dado el biberón con un paraguas.

Comprendí que, como sus colegas intermediarios, tiene el cociente intelectual de una pompa de jabón desinflada. Le espera, pues, un gran porvenir en la Administración, lugar donde se reflexiona profundamente antes de todo tic incontrolable.

Me entregó su curriculum vitae, gracias al cual comprobé que se quitaba años, pero que para compensar se ponía títulos tan inexistentes como sus moños con charol. Me dio tanta. pena de él que le aconsejé que se hiciera una operación estética de los tobillos para que así. nadie se fijara en su cara.

La verdad es que es un simpático estafador de artistas que: dispone de una excusa: no sólo tiene que comer todos los días, sino que ha de darle la alfalfa necesaria a su graciosa mula.

Puedo certificarte, mi caro Scola, que estoy, sin embargo, dispuesto a conversar con todos los intermediarios, asesores, parásitos, soplacausas, buscarruidos y demás garrapatas de la sociedad de artistas habidos y por haber, siempre y cuando sepan leer y escribir y no se dejen corromper por un kilo de naranjas o un enchufe en un ministerio.

Para hablar entre otras cosas de este tema, me he reunido con los tres mayores artistas franceses en torno a unas tazas de té chino, a pesar de que no hablamos ni una palabra de esté saleroso idioma.

En un abrir y cerrar de antojos hemos redactado la Declaración de Delfos como un Pronunciamiento Subversivo. Es una proclamación tan rebelde que todo el mundo la recitará a pie juntillas mientras los exterminadores de artistas caerán como fichas de dominó pegadas a la mesa. Y el que no lo crea que se lo pregunte a mi llama..., que le escupirá en sus narices por desconfiado.

Por teléfono, gracias a los abonados ausentes, Umberto Eco me aseguró que el porvenir está en el texto y no en la imagen que pasará como el café. El loro audiovisual, vaticinó, será devorado por el ordenador manipulado por el poeta, sin comérselo ni bebérselo. Al final me preguntó con su péndulo de Cuco: "Pero estos charlatanes que intentan asesorar sin ingenio ni sintaxis a los realizadores, ¿no actúan, en verdad, a sueldo del audiovisual mauritano, rascándose los bolillos?".

Pasolini me espetó un día de un tirón, como si lo tuviera en la punta de la lengua: "Nuestra obra audiovisual se desmoronará dada la fragilidad de la materia en la que descansa, pero nadie podrá destruir ni tus poemas ni los míos". El japonés Terayama me dijo lo mismo, pues fue un autodidacto desde que perdió la muela del juicio.

A la hora de redactar nuestra sediciosa Proclamación de Delfos nos hemos inspirado en Rimbaud. Pero los tigres de papel higiénico que dirigen el loro audiovisual estoy seguro que no han leído a Rimbaud por temor a aburrirse mientras duermen.

Estos arribistas del audiovisual me empiezan a hacer perder la paciencia que siempre guardo con la calderilla. Pero que no sueñen con que vaya a poner los balcones de enfrente de mi casa detrás de ella.

No estoy en vena de citar la .lista de horrores del loro audiovisual, pues son capaces de helar la sangre de un congelador. Estoy en plan romántico, como ya habrás observado sagazmente, gracias a la parálisis que me ha entrado de pronto en las dos orej as.

Nuestros enemigos, mi caro Scola, temen que tú y yo estemos tramando un compló para robarles sus espinillas. Por ello te pido encarecidamente que todo esto quede entre nosotros. ¡Vista, suerte y al loro..., que es una mona!.

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