Polonia es diferente
POLONIA ESTÁ atravesando una crisis de Gobierno casi de tipo occidental. Al menos en la forma. El lunes pasado, criticado por una comisión parlamentaria y por los sindicatos oficiales, el Gobierno de Messner presentó su dimisión ante el Parlamento, que la aceptó con una mayoría aplastante: 359 votos a favor, 1 en contra y 17 abstenciones. Ahora el presidente de la República, el general Jaruzelski, deberá proponer un candidato para el cargo. Este procedimiento parlamentario para cambiar el Gobierno es algo insólito en los países del Este. Y no se trata de un mecanismo destinado a dar una sensación externa de respeto a formas democráticas. Polonia presenta, dentro de las corrientes de reforma que sacuden al llamado mundo socialista, una serie de rasgos peculiares originados en hondas raíces históricas.Varsovia no esperó la perestroika de Moscú, y su proceso de reforma tuvo desde el inicio una particularidad: la exigencia de cambio surgió de la calle, de las fábricas, del pueblo. Baste recordar el arrollador movimiento que ya en 1980 impuso la legalización de Solidaridad. Incluso después del golpe militar que en 1981 redujo a ésta a la clandestinidad, la presión de la sociedad obligó a Jaruzelski a aflojar la represión. Polonia ha sido, en 1985, el primer país del Este en el que los presos políticos, tras salir a la calle, han tenido la posibilidad de realizar una actividad política bastante abierta, con una presencia cada vez más influyente en la vida nacional. Hoy el pluralismo político está implantado de hecho en la sociedad polaca, a pesar de que no existan partidos de oposición legales y de que Solidaridad carezca aún de un reconocimiento oficial.
En tal marco, no se puede atribuir la caída de Messner a los enfrentamientos dentro del sistema. Entre los factores que han impuesto su dimisión están, en primer lugar, las huelgas, encabezadas en muchos lugares por jóvenes obreros radicalizados, y la necesidad insoslayable que tiene el poder de negociar con Lech Walesa y con los otros dirigentes de Solidaridad. Aunque la fuerza organizada del sindicato de oposición sea hoy escasa, representa una amplísima corriente de opinión sin cuya participación no es posible abordar en serio los terribles problemas que aquejan a la economía. Tal es la lección que se desprende claramente del fracaso de Messner, y del propio Jaruzelski, principal responsable de la política seguida hasta ahora.
Dentro de lo espinoso de la situación, hay algunos rasgos interesantes que deberían facilitar pasos positivos. Por un lado, tanto en los medios gobernantes como en los de la oposición existe una conciencia clara de la necesidad de medidas urgentes para evitar el hundimiento económico. Una negociación seria podría conducir a puntos de coincidencia si se hacen, claro está, las ineludibles concesiones políticas para reconocer en las leyes un pluralismo que existe ya en los hechos. Por otro lado, la actitud de la URSS en la fase actual favorece las tendencias reformistas, abiertas a la negociación. Cuando un alto funcionario del Comité Central del PCUS, como Nicolai Chichlin, se atreve a declarar, comentando la situación polaca, que el principio del "pluralismo sindical" es algo "aceptable", no cabe duda de que el cambio en Moscú está siendo profundo. Para la URSS sigue siendo esencial tener en Varsovia un régimen amigo: pero hoy la estabilidad de éste exige vías de negociación, no represión.
Pero por el momento lo que domina el escenario polaco son enormes dificultades que oscurecen el horizonte. Una decisión tan lógica como la de legalizar el pluralismo choca con obstáculos que parecen insuperables. Influyentes fuerzas conservadoras, dentro del mismo partido comunista, se resisten a la reforma política y no cabe excluir que quieran provocar situaciones explosivas con la idea incluso de dañar la política de Gorbachov en Moscú. En la oposición hay tendencias cuyo radicalismo, por justificado que esté, puede tener efectos negativos. Por otro lado, los problemas económicos son tan graves que, incluso si se hace la reforma política, será preciso un esfuerzo gigantesco para salir del hoyo. La designación del nuevo jefe de Gobierno adquiere en esta coyuntura una particular significación. En ella, Jaruzelski puede estar comprometiendo su propio futuro.
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