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Tribuna:VIAJEROS DE VERANOTRES MUNDOS TRES / 4
Tribuna
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Brubrú

Solamente he vivido en tres ciudades: La Habana, Londres y Bruselas. En las demás ciudades que conozco he estado de visita más o menos larga, y en alguna, como Petersburgo, he vivido más en ¡sus libros que entre su gente cuando ya se llamaba Leningrado. Viví tres años en Bruselas la vida doble de un escritor diplomático. Pero la ciudad creció en mí de tal manera que mis amigos, a los que hablo de una ciudad que no conocen, afirman que padezco de bruselosis. Incluso me he hecho aficionado a la col enana de Bruselas, que es la única col que como.En Bruselas se encuentran la cocina francesa y la flamenca en unión feliz. Comer allí es un festín sin fin. Entre mis platos belgas favoritos están la sopa waterzooi (como el cocido, es un plato principal), las almejas al vino blanco con las mejores patatas fritas del mundo y las anguilas en salsa verde, siniestras y sabrosas. Los belgas hacen también muy bien el conejo, pero no doy consejo ni como conejo. Sí como los waffles, esas enormes hostias paganas, deliciosas, que se comen con polvo de azúcar o con helado y son como una comunión.

Durante más de cien años, los españoles, después de aprender a hacerlo de los aztecas, guardaron la receta del chocolate como un secreto de Estado. Pero mientras las tropas de ocupación del conde-duque en Flandes se calentaban al amor de las lanzas, los criados, los belgas, aprendieron a hacer en silencio otra obra de arte. Hoy día, el chocolate más sabroso es el chocolate belga, y sus confecciones, bajo las marcas de fábrica del barato Cot d'Or hasta el costoso Godiva, son las mejores del mundo. Los que hablan de Suiza, de Inglaterra o de Italia con la boca llena de chocolate es porque nunca han comido un bombón belga.

Bruselas, cuyo nombre quiere decir "asiento en el pantano", se centra todavía en su Gran Plaza, que es el mercado en que se convirtió la marisma. Durante la ocupación española, Bruselas fue la capital del Flandes español, pero fueron los franceses quienes construyeron la Gran Plaza, hasta el extremo de que casi el 80% de sus maravillosas fachadas actuales es una reconstrucción del siglo XVIII. Pero los belgas son maestros de la restauración, y la Gran Plaza, ese prodigio, es Las meninas de la arquitectura.

Una ciudad de ocupación

Bruselas es una ciudad de ocupación (los españoles, los austriacos, los franceses, los alemanes dos veces en este siglo y ahora la OTAN, el Mercado Común) que la hace ideal para el espionaje y esa otra forma de espionaje de chistera y chaqué que es la diplomacia.

Viví en las dos Bruselas. Un año en el barrio flamenco de Kraainen, donde los belgas se mostraron como el pueblo católico más trabajador de Europa: trabajan todos los días, el sábado limpian la casa y lavan el coche, y el domingo van a misa. Durante dos años viví en Uccle, valón y bello, el barrio de las embajadas y las residencias reales. Ucele es tan elegante que se permitía el lujo, en la calma de las noches de verano, de dejar oír a los ruiseñores cantar en el bosque.

Es el bosque de la Cambre, que luego atravesaría cuatro veces al día corriendo entre mi casa y mi oficina. Como el bosque de Bolonia en París, aún más que Hyde Park de Londres, el de Bruselas es un bosque urbano, donde se pierden (o se ganan) los enamorados, los niños y las ayas entre las hayas, dejando huellas, como en Hansel y Gretel, de migas y amigas: "Había una vez un bosque bello y misterioso...".

Hubo en ese bosque (donde hay caperucitas siempre habrá lobos) un hombre lobo que asaltaba a mujeres, al que llamaban le loupe-garou du bois de la Cambre. Un día, una amiga, Milene Polis, una bella belga que habíamos conocido en La Habana, nos invitó a faire le sport. Como era invierno, el sport era patinar en el hielo (deporte que los belgas llevaron al lienzo y al colmo cuando patinaban a lo largo de los canales que van de Bélgica a Holanda), y como no sabíamos patinar, la actividad sustituta fue viajar cuesta abajo en trineo. El experto en bobseleich, tal vez el más veloz de los trineos, era alto, feo, desgarbado y, con gafas. Este entrenador quiso en seguida instruir a Miriam. Gómez, que entonces tenla 22 años. Pero observé que la acomodaba demasiado. Milene, mientras el trineo subía, me confesó: "¿Sabes quién es?". "¿Quién?". "El del trineo". "Es el loupe-garou del bosque de la Cambre". Milene no bromeaba, nunca bromeaba. Mientras, Miriam Gómez, como Ingrid Bergman en Recuerda, bajaba la montaña nevada a velocidad cada vez mayor. Detrás del hombre lobo parecía que...

En épocas menos libres, Bélgica era conocida por la rijosidad de sus hombres y la sensualidad de sus mujeres. No hay más que echar una ojeada una tarde a toda la pintura flamenca, de Brueghel con sus braguetas casi a estallar a las mujeres de Rubens abultadas de deseo, que son todas versiones de la bella Helena que Rubens conoció cuando tenía 14 años y con la que se casó a los 16, hasta la sexualidad surreal de Delvaux y Magritte. Todas están al alcance del ojo más modesto en el Museé de Beaux Arts, donde la obra maestra, también de Brueghel, es el cuadro más callado del mundo, Ícaro caído. "En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo,/ todos dan la espalda indiferente al desastre./ Algo extraño, un rapaz que cae del cielo...".

En ese pequeño gran museo se puede ver otra de las obras maestras de la pintura flamenca, Niña con pájaro, de autor anónimo. Vale el viaje y el ajetreo. El cuadro quieto, inquieto, es el retrato de una niña. El pintor la presenta casi de cuerpo entero con un pájaro en la mano. La primera visión es toda placidez. Luego, cuando se acerca el espectador al lienzo, se ve la cara de la niña seria, demasiado seria, después triste, ahora compungida y finalmente ella llora: una lágrima le corre por la cara. Es imposible comprender tal tristeza hasta que se mira el pájaro: está muerto.

Grupo escultórico

Ensor, el otro gran pintor del siglo belga, también amaba a las niñas, pero desnudas y dispuestas. El pintor fue el antecesor de Nabokov. O fue, tal vez, un Humbert Humbert oculto. Hablando de ninfas desnudas, no hay más que salir del museo y coger calle abajo para encontrarse con un grupo escultórico sin nombre en que varias mujeres mundanas rodean a un viejo verde en piedra blanca. Es ¡asombro!, un retrato de Leopoldo, rey de los belgas, y sus muchachas de mármol. Nada indica que este augusto personaje de barbas y sin nada debajo sea el monarca, famoso mujeriego de Maximin's Todos en Bruselas saben quién es el barbudo en cueros, pero nadie dice nada. Hay indiscretos, sin embargo.

No muy lejos del rey rijoso hay otro famoso belga desnudo que gasta su temprana virilidad en una poliuria eterna. Es el Manneken Pis, el niño que mea en una fuente y, cuando hay viento, sobre peatones gnorantes o turistas tercos. El Manneken Pis es el más famoso ciudadano de Bélgica y el personaje nacido en Bruselas más retratado del mundo. A un costado del chorro está el hotel Amigó.

Es un edificio singular porque aloja una leyenda de la paranoia belga que no tiene que ver ni con la ocupación nazi ni con el paso por Bruselas de Napoleón o el Ejército austriaco. Es una leyenda aún más vieja, de la época de la dominación española. Cuentan los belgas que en ese edificio estuvo el cuartel de la milicia española en Bruselas. A veces, cuando pasaba un belga, salía un soldado de la garita, llamaba al paseante, lo hacía entrar y no se le volvía a ver. ¿Cuál era la frase ritual del gendarme español? "Amigo".

Simon Evero y Ben Trovallo la cuentan en su Anecdotario audaz.

Bruselas fue bombardeada por tierra varias veces. Luego, peor que la guerra, vino la piqueta de los contratistas y la avidez de sus arquitectos. Apenas si ha quedado nada de otras épocas que debieron ser gloriosas a juzgar por la pintura belga, cuyo tema recurrente es la torre de Babel. Hay nuevas avenidas, como la Avenue Louise, que son tan elegantes copio el modelo parl slense que copian. Hay atroces avenidas nuevas que afortunadamente sólo acogen a los autos anónimos. Quedan, sin embargo, algunas callejas de cuento alrededor del Teatro Real de la Moneda, donde se solía alojar Maurice Béjart con su Ballet del Siglo XX, que ya va entrando en el siglo XXI. A mí personalmente me agrada la plaza Brouckere porque me gusta la arquitectura eduardina aunque sea falsa. Allí, en el café Metropole, afuera del hotel del mismo nombre, me senté más de una vez a disfrutar el verano belga con una cerveza belga (su variedad es infinita) en la mesa que tenía el curioso nombre (la cerveza, no la mesa) de Stella Artois, que luego adopté para un personaje amarillo, de pelo, y ártico, de temperamento.

Las casas hacen la ciudad tanto como la ciudad hace las casas. La arquitectura es el único arte que uno no sale a buscar (en un libro, en un museo, en un cine), es el arte quien nos busca, que: nos encuentra y a menudo nos asalta. Hay, sin embargo, en Bruselas una arquitectura que vale la pena buscar. Bruselas fue con Barcelona el gran centro del art nouveau, aunque París, como siempre, que no tejió la lana, se cogió la fama. Quedan todavía diversos ejemplos del art nouveau en Bruselas. Está la Maison Sorvay, del famoso arquitecto barón Horta, y la Maison du Peuple, un teatro del mismo autor y la casa del arquitecto más rebelde, Van de Velde, en Uccle, y la Maison Stoclet, que es más vienesa que belga, pero hay que ver. La obra maestra de la arquitectura belga la diseñó Víctor Horta, el arquitecto que comenzó como hijo de zapatero y terminó barón. Es la famosa Casa de Hierro, hecha en 1893 pero que todavía asombra, deleita y dura como toda la arquitectura pura, desde el gran templo de Luxor hasta la Casa de Piedra.

A cada rato regreso a Bruselas: en viaje, en sueños. Los que la conocemos lo suficiente como para llamarla Brubrú sabemos que es una ciudad muy parecida a una mujer de Degas. Decía el pintor francés que toda mujer bella debía tener algo feo. Bruselas lo tiene, Brubrú es bella.

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