Ver a través de un colmillo
Un joven recupera vista mediante un ojo construido con un diente, pero nadie quiere pagar la operación
Fulgencio Álvarez Pineda tenía 21 años cuando le cayó un bidón de sosa cáustica a la cara y le destrozó los ojos. En ese momento comenzó el calvario de este cotizante de la Seguridad Social que ya lleva siete juicios y todavía no ha logrado cobrar las prestaciones que le corresponden, después de demostrar que tiene derecho a ser considerado un inválido y a que le paguen las facturas de los médicos. Todo ello mientras libra una feroz batalla quirúrgica que no puede continuar porque, tres años después del accidente, nadie se hace cargo de la minuta de la clínica.
Cuando se confirmó que había quedado ciego, los médicos advirtieron a su madre que lo vigilara, porque podría intentar suicidarse. Al cabo de tres años, siete juicios y 17 intervenciones quirúrgicas, Fulgencio Álvarez Pineda es todo lo contrario de un hombre derrotado. Hace un mes que se ha casado con una de las enfermeras de la clínica y bajo su reconstruido párpado izquierdo, allí donde el accidente sólo dejó un negro boquete, asoma ahora una pequeña esfera con un tubito negro por el que Fulgencio puede ver el pedacito de mundo que tiene a tres metros de su cara. Es una especie de ojo artificial construido con parte de uno de sus colmillos. El resto del diente descansa incrustado en uno de sus brazos para cuando alguien se decida a pagar las facturas y pueda volver a la clínica Barraquer de Barcelona a continuar el tratamiento.Cuando perdió los ojos tenía 21 años y era oficial textil de la fábrica de tintes y aprestos Sincotex, de Sant Antoni de Vilamajor, en el Vallés. El 28 de junio de 1985 descargaba con un compañero bidones de sosa cáustica. No llevaban traje ni máscara de protección; el camión que transportaba la sosa no tenía plataforma de descarga adecuada y el tapón del bidón resultó tan deficiente que saltó fácilmente al caer la bombona al suelo. El hidróxido de sodio le salpicó directamente a los ojos.
Un calvario quirúrgico
Las quemaduras eran tan graves que la Policlínica de Granollers lo envió directamente a la clínica Barraquer de Barcelona, hospital oftalmológico de fama internacional. Allí ha sido posible el milagro, pero antes Fulgencio Álvarez ha sufrido un largo calvario.
Después del accidente, con el ojo izquierdo no veía nada y con el derecho apenas un 2%. "En una de las revisiones me dijeron que tenían que operarme inmediatamente porque estaba a punto de perforarse la retina y el nervio óptico del ojo derecho. Consiguieron salvarlos, pero la córnea estaba ya perdida". Le hicieron un trasplante de córnea. "Veía algo de claridad, pero, al poco, el párpado empezó a encogerse y las pestañas barrían la córnea. El profesor Barraquer me dijo que tuviera valor, porque tenemos más de cien pestañas y tendrían que arrancármelas en vivo. Fue un suplicio porque las pestañas volvían a crecer y tenían que arrancarlas de nuevo. Así varias veces. Por fin, como no había remedio, decidieron abrirme el párpado y girarlo hacia afuera, pero el ojo no cerraba bien y la córnea acabó por estropearse". Para evitar que se dañara la parte interior del ojo, los médicos cosieron los párpados, pero el tejido estaba tan quemado que los puntos saltaban una y otra vez. Por fin, lograron reconstruir los párpados con injertos de tejido de la oreja y coserlos. Así pudo mantener el ojo cerrado un año y salvar la retina y el nervio óptico.
El doctor José Temprano le sonrió después de la visita. "Puedo intentarlo con los dos ojos", le dijo. Inmediatamente comenzaron los preparativos. Primero le reconstruyeron el saco conjuntival con mucosa bucal, luego el doctor Temprano le extrajo el colmillo y lo dividió en dos. Una parte la incrustó en la mejilla, justo debajo del párpado, y la otra en el brazo. Tres meses después, al comprobar que no había rechazo, recuperó el injerto del párpado y construyó la prótesis. El diente, dotado de una córnea artificial, se convirtió en una pequeña ventana al mundo y así fue como Fulgencio Álvarez pudo ver por primera vez a Mar¡ Carmen Cabezas, entonces su novia y ahora su esposa.
La había conocido en la clínica Planas. Era hermana de su enfermera de noche. "Mi hermana te va a llevar un día a la playa", le había dicho. "Vale", le había contestado él. Fue el día de San Juan. "Ella me había dicho que me querría igual si me quedaba ciego, pero yo soy muy feliz de poderla ver", explica.
Si la batalla quirúrgica fue dura, la legal no lo ha sido menos. Entre operación y operación, Fulgencio Álvarez tuvo que demostrar que era un inválido total y que, como beneficiario de la Seguridad Social, tenía derecho a asistencia médica y a una pensión justa. Las primeras operaciones las pagó la mutualidad laboral a la que estaba suscrita la empresa, la Mutua General, pero en agosto de 1987 Fulgencio Álvarez consiguió la calificación de invalidez permanente. "A partir de ahora, todo tratamiento médico debe ser autorizado por el Instituto Catalán de la Salud" (ICS), le dijeron en la mutua. "Lo siento, no podemos pagar, este hospital no está concertado con la Seguridad Social", le contestó el ICS. Como nadie pagaba y la factura subía ya a 1.108.748 pesetas, después de la última operación le dijeron que iban a bajarle a la sala de beneficencia. "Ni hablar. Yo soy un trabajador, he cotizado toda mi vida y no pienso tolerar que me traten ahora como a un vagabundo", dijo Fulgencio.
Tras un largo proceso judicial, le reconocieron la invalidez total, pero no comenzó a cobrar hasta dos años después del accidente. La Mutua General recurrió la calificación médica que le daba derecho a un recargo del 50% en la pensión con cargo a la mutualidad, y Fulgencio Álvarez tuvo que demostrar otra vez que era un inválido total.
Otra ventana
Cobra por fin la pensión y su recargo, 90.000 pesetas en total, pero aún le falta por conseguir aquello que a él más le importa: poder continuar el tratamiento en la clínica Barraquer para intentar que el trocito de colmillo que todavía guarda incrustado en su brazo pueda convertirse, de la mano del doctor Temprano, en otra pequeña ventana por la que ver el mundo desde el otro ojo. "Más que como un beneficiario de unas prestaciones, estoy siendo tratado como un ladrón que quisiera apropiarme de lo que no me corresponde. No hay derecho", dice, indignado.
Quiebra jurídica
"Que conste en autos la quiebra del sistema judicial ( ... ) y la situación de indefensión en la que me encuentro", decía Fulgencio Álvarez en un recurso ante la Audiencia de Barcelona. El Gabinete de Seguridad e Higiene en el Trabajo de la Generalitat había dictaminado que el accidente laboral se produjo por falta de medidas de seguridad, pero la empresa apeló y la Inspección de Trabajo de Barcelona emitió un informe según el cual el accidente había sido una desgracia como otra cualquiera. Con esta resolución, el trabajador perdía la posibilidad de cobrar un 50% más de pensión con cargo a la empresa y la facultad de pedir una indemnización, de modo que se plantó con una pancarta ante la Inspección hasta lograr que el caso fuera revisado.Inspección reconoció finalmente que el trabajador no se hallaba debidamente protegido en el momento del accidente, pero no aclaraba de quién era la culpa y concluía que no existía normativa aplicable al caso. Era una manera de desmentir el informe anterior, pero sin llegar a las últimas consecuencias.
Magistratura de Trabajo declaró por fin que se había producido una infracción de las medidas de seguridad, pero cuando el trabajador fue a reclamar el aumento de pensión a la empresa, se encontró con que había suspendido pagos. Una nueva denuncia, esta vez por un supuesto delito de alzamiento de bienes, ha motivado la apertura de diligencias previas.
Si el frente laboral ha sido un fiasco, el penal lo ha sido aún más. Al principio no lo tenía mal: un juzgado de Granollers llegó a dictar el procesamiento del gerente y el director técnico de la empresa y pidió para el accidentado una indemnización de 15 millones.
Pero los inculpados replicaron con un informe de Inspección que decía que el accidente había sido una desgracia, y el juez archivó la causa. De nada sirvió que el abogado advirtiera que Inspección estaba revisando el caso. La sentencia de Magistratura confirmó los motivos del procesamiento, pero era ya demasiado tarde. Caso cerrado, cerrado está.
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