La antitaurina responde

No me sorprende el artículo de Víctor Gómez Pin aparecido en EL PAÍS el día 30 de agosto; pero, como antitaurina que soy, me siento llamada para contestarlo aunque no se publique.Ser antitaurino (en realidad lo somos más de la mitad de los españoles) significa manifestarse abiertamente contra los festejos que ineludiblemente comportan grandes dosis de crueldad hacia los animales, que son dignos del respeto y trato civilizado como seres vivos que son.

Como se sabe, por estas fechas muchos animales, y entre ellos toros, en numerosos pueblos de nuestra geografia, son crucificados al amparo de unas fiestas patronales que, como reza su nombre, se celebran en honor del santo patrón o patrona de la localidad. A mi entender, que el espectáculo proceda al son del txistu, la dulzama o del bombo es lo de menos. Lo más grave es que los toros agonizan en las calles empedradas al convertirse en alfileteros para las gentes que aguijonean los lomos del animal con toda suerte de utensilios punzantes, que los mozos matan al toro en la plaza con sus artes caseras, que los tonitos se parten los cuernos por las esquinas al intentar huir de los valientes embriagados del lugar.

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Aunque el firmante del artículo nos tache de dogmáticos, no sotros no tenemos que lucubrar demasiado para pensar que tarde o temprano tendrá que llegar a nuestro Código Penal una prohibición expresa de la tortura ani mal- Patricia Pau.