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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arafat en Estrasburgo

EL LIDER de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat, ha dado en Estrasburgo un paso de gigante para la negociación de una paz estable en el Próximo Oriente. Hablando ante la fracción socialista del Parlamento Europeo, declaró ayer que aceptaba las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU. Ello quiere decir que el viejo enemigo palestino acepta explícitamente la existencia del Estado de Israel dentro de fronteras seguras, si la nación judía se retira de los territorios ocupados.Sin embargo, la polémica que ha suscitado su visita a la sede del Parlamento Europeo ilustra perfectamente la naturaleza de las ambivalentes reacciones de Europa frente al drama de Oriente Próximo y su limitada capacidad de influir, por el momento, en la pacificación del conflicto. Voz del pueblo palestino para unos, jefe de una banda de terroristas para otros, Arafat ha visto derrotado su propósito de dirigirse al Parlamento Europeo y ha tenido que contentarse con hablar al grupo socialista mayoritario de aquella Cámara. El acontecimiento sugiere dos reflexiones inmediatas. Por una parte, es urgente que Europa, dando por terminada la polarización partidista en tomo a uno u otro de los bandos, adopte una voz única y la utilice con decisión. Si los europeos quieren jugar un papel efectivo e influir decisivamente en el proceso de paz del Próximo Oriente, Arafat debe poder dirigirse a su Parlamento y no a una sola de sus fracciones. Por otra parte, es evidente que la Europa democrática, a medida que se convence de que la única vía de salida para el conflicto es una solución de compromiso adoptada por una conferencia internacional, se mueve lentamente hacia la mejor comprensión del punto de vista palestino y, por ende, se aleja de las posiciones intransigentes de Israel. Ello no facilita la cosas, pero el gesto de aceptación de la existencia de Israel por el líder palestino incrementa aún más la responsabilidad de Europa en la búsqueda de soluciones pacíficas.

El papel de Europa, ahora, consiste en aconsejar con viveza moderación a los dos protagonistas. Es la única manera de hacer posible la celebración de una conferencia internacional sobre Oriente Próximo. Yasir Arafat debe comprender que, si quiere la paz, no puede emprender acción alguna que no esté apoyada en medidas positivas. Por ejemplo, el hecho de que el rey Hussein haya decidido desentenderse de los territorios palestinos ocupados llevará, probablemente, a la OLP a proclamarse Gobierno provisional en el exilio; cualquiera que fuere la reacción negativa que ello provocara en Israel, si la OLP quiere la paz, además de iniciar este nuevo período con un manifiesto acatamiento de las resoluciones de las Naciones Unidas, debe renunciar expresamente al terrorismo como método para conseguir sus objetivos políticos. Lo contrario sería restar credibilidad al importante giro estratégico que significan tanto la formación de ese Gobierno en la sombra como a la proclamación de la necesidad de un Estado de Israel con fronteras seguras.

La presencia de Arafat ante el Parlamento de Estrasburgo en su conjunto, y no sólo ante uno de sus grupos, podría haber permitido a una instancia representativa de Europa hacer suya esa influencia moderadora y repercutirla con autoridad moral sobre Israel. Pero la oposición de los elementos más conservadores del Parlamento lo ha hecho imposible. Tal vez la presión deba ahora provenir de la Comunidad Europea. Sería más eficaz. Pero, en este tema, la cooperación política -a la que el Acta única encomienda la paulatina confección de una política exterior para Europa- está lejos de alcanzar la unanimidad necesaria, por mucho que presionen los países mediterráneos encabezados por España y Francia.

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