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Tribuna:SUCESOS CIVILES
Tribuna
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Clases de cirio

La abuela habla sido siempre muy devota, pero también muy reflexiva, muy echada al análisis. Su pasión por las hornacinas y su entorno odorífico nunca le impidieron estudiar los acontecimientos del presente, bien a través de contactos intensos -discusiones con un yerno socialista-, bien a través de canales más suaves e imaginativos -la lectura de periódicos-. Por ejemplo, cuando lo del referéndum de la OTAN, sentenció:-Así se cuecen los huevos.

Castiza aseveración que parecía referirse a la pérdida de crudeza de ese produe lo en aquellos que otrora lo enarbolaran como bandera durante congresos y tal.

De forma que cuando el alcalde Barranco solicitó una manifestación contra el secuestro de Revilla al ataseado pueblo de Madrid, ella se torrió un tiempo para medir el alcance de ese ruego. Cierto que sólo le llevó unos minutos, pero al cabo de ese período manifestó, a su vez, un entusiasmo raro y verídico. Después empezó a hacer cosas. Sacó las alpargatas del armarlo de las procesiones y las dejó esperando enfrente de la puerta, como un fórmula 1 calentando circuitos. También mandó al tinte el uniforme de penitente, cíngulo incluido. Merece mencionarse dentro de este apartado de oscuras actividades una compra masiva de artículos de velatorio, de entre los que destacaba un portentoso cirio de color morado cuya envergadura hacía prever un calamitoso transporte. Por ejemplo, la mecha tenía entidad suficiente como para pertrechar un ahorcamiento. En fin, que era un cirio grande.

A pesar de lo consecutivo de los hechos, a la familia nos costó trabajo relacionar su entusiasmo por la manifestación y algunas de aquellas actividades. Llegábamos hasta las alpargatas, pero nos perdíamos en la quincallería votiva. Para enredar aún más el misterio, la abuela empezó a salir de casa llevando el cirio colosal sobre el chasis de un carrito de la compra. Regresaba al mediodía, jadeante y con un humor de perros. Pero no abría la boca. Y aquellas rarezas inquietaban la paz doméstica. A ver si se estaba liando con alguna secta de beatos enconados y la cosa terminaba en la comisaría o en el manicomio. No tuve más remedio que interrogarla. Me miró como a un sacristán que mea en la pila y no dijo nada.

Ante su tozudo mutismo decidí seguirla al día siguiente. Caminó un par de manzanas con el cirio y se metió en un taxi -yo conseguí a duras penas seguirla en otro- que se detuvo en la Plaza de la Villa. Allí desembarcó con el equipaje y se introdujo por una de las puertas de la alcaldía. Parapetado en un conserje que se sacudía la caspa, observé cómo subía trabajosamente unas escaleras y luego se perdía por un corredor. Cuando quise subir, ella se encontraba ya sentada en un amplio sofá, con el carrito a los pies y la mirada objetiva de un par de bedeles. Esperé unos minutos sin que llegara a suceder novedad alguria y marché con más de media hora de retraso al trabajo. Tenía una idea. Poco después llarnalba por teléfono a un amigo, sociólogo del Ayuntamiento, instándole a que averiguara todo lo posible en su condición de funcionario. (En su condición de sociólogo no, porque con ésa no se averigua nada). Una hora más tarde me devolvía la llamada.

-Mira, hijo, la situación es la siguiente: tu suegra quiere regalarle un cirio al alcalde para que lo lleve en la manifestación. Ya le han dicho que el alcalde no se manifiesta con cirios, pero ella insiste porque le parece que con el cirio sería todo más completo.

-¿Y por qué quiere que el alcalde lo lleve?

-Pues por dos razones. La primera, porque esta manífestación será algo así como una novena, dice. Es como cuando antiguamente se salía en procesión para que lloviera. Como no encuentran a Revilla, el Gobierno le ha dicho a Barranco que saque a la gente, que, a lo mejor, luego aparece el secuestrado. Dice que la piedad puede llegar tanto de la impotencia como de la socialdemocracia. La segunda, que con el tiempo el cirio será el emblema de esta ciudad. Que entre la que hay armada todos los días y las que arma la autoridad competente tendrán que cambiar el madroño por la vela. En resumen, cuando el alcalde lleve cirio, todos le entenderemos mejor.

Colgamos. No me quedé mucho más tranquilo, la verdad sea dicha, pero tampoco podía hacer nada. Ya conté más arriba que era una mujer muy echada al análisis. Muy palante, ella.

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