Viajar a Lisboa
Hace unos días, una terrible noticia mordía la caudalosa banalidad de la canícula: el fuego asolaba Lisboa.Yo nunca fui a Lisboa; ella vino a mi encuentro introduciéndose en la sensibilidad a través de los fados de Amalia Rodrigues (María Lisboa) y de Carlos do Carmo (Lisboa menina e moça).
No viajé nunca a Lisboa porque, al fin, la mejor manera de viajar es "sentir" (Alvaro de Campos), y yo he sentido cada rincón de la mítica geografía de la Ciudad Blanca leyendo a esa lúcida conciencia de la resituación existencial ante el desasosiego, a la vez única y múltiple, que se llamó Fernando Pessoa.
Nunca fui a Lisboa porque al amor verdadero no se le busca sino que cuando se le encuentra hay que apresurarse a amarle estáticamente y en secreto. ¿Y quién, frente al negro tanático de parajes e indumentarias o frente a esos oscuros espacios del llanto producidos por la explotación, la miseria o la guerra, no encontró alivio en los blancos de la suave melancolía del más allá lisboeta o en los encendidos rojos que una primavera cubrieron los fusiles?
Ahora, mientras los medios de comunicación me dicen que la arquitectura que mantiene el duende más antiguo de Lisboa (Chiado) se retuerce agonizante entre los escombros, no he podido contener las lágrimas y he llorado abatido por la desolación.
Pero las lágrimas no son digno consuelo para el amante, por eso mañana partiré hacia Lisboa, porque ahora es cuando más necesitan sus gentes. Hoy renazco
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con una sugerencia a este cosmopolita pueblo de Madrid, a sus autoridades municipales en especial, a fin de que organicen un acto benéfico que contribuya a la consecución de fondos para la restauración del Chiado lisboeta. ¡Y qué bonito viajar mañana a Lisboa con el color de la solidaridad madrileña tendiendo una mano a su hermana atlántica!-
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