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'Jettatura, jettatore'

Ese hilo del racionalismo occidental sobre el cual -abriéndose bajo nosotros el abismo de lo irracional- podemos movernos con cautela, como equilibristas, precisamente como funámbulos, me parece que parte de finales del siglo XV, y del humanismo italiano, para llegar a Bertrand Russell. Y me parece que este hilo parte exactamente de las Disputationes adversus astrologian divinatricem de Pico della Mirandola, escritas entre 1493 y 1494: inmediatamente después, por tanto, del aciago 1492. Invadidos como hoy lo estamos por la astrología adivinadora, no me parece que sea una mala idea (incluso la encuentro útil) hacer que el racionalismo parta del argumento de Pico contra los astrólogos. Quién sabe, tal vez Pico lo hizo porque se irritó con las predicciones de tres famosos astrólogos que, una vez interrogados los astros, habían tenido para Pico la respuesta de que moriría a los 33 años. Sin embargo, Pico demostró que eran unos farsantes, no sólo escribiendo las Disputationes, sino muriéndose a los 31. Un desmentido que no podía ser más solemne ni definitivo. Pero hoy ya nadie se acuerda de las Disputationes ni del desmentido: las secciones astrológicas proliferan en casi todos los diarios y semanarios, y los libros de astrología se multiplican, las filas de los creyentes aumentan -cada familia tiene de promedio uno-, y los sacerdotes de la astrología cobran su dinero, como siempre lo han hecho los sacerdotes de todas las creencias.Y se sabe que cuando flota en el ambiente una creencia, una superstición, un fanatismo, otros se combinan con éstos o se incrementan. Y me parece que se está difundiendo e incrementando la creencia a la que los italianos llaman iettatura: antigua creencia de las regiones meridionales de Italia; pero cada vez más italiana, cada vez más de todas las regiones de Italia. Cabe esperar que no atraviese montes y mares, si ya no lo ha hecho. A la luz de los diccionarios, no parece que puedan traducirse al francés, inglés o español los sustantivos italianos iettatura y iettatore. Traducibles, quiero decir, con un solo sustantivo. Y en efecto, tanto en francés e inglés o español (*) son necesarias frases para traducir ambas palabras italianas. Y si no existe la palabra, hay razones para creer que no existe la cosa. En los pequeños diccionarios de que dispongo, el francés traduce iettatore como jeteur de sort; el inglés, como bearer of ill-luck; el español, como persona de mal agüero. Pero ni siquiera los latinos, para quienes la creencia era importante, tenían sobre el tema una palabra precisa: en el diccionario latino-italiano está la palabra fascinator traducida como incantatore (hechicero), ammaliatore (fascinador), iettatore. Sin embargo, el tercer significado parece un poco forzado si luego, en el diccionario italiano-latino, iettatore está traducido con la expresión homo calamitosus.

Creo que a las palabras iettatura y iettatore les dieron ciudadanía en lengua italiana dos pequeños libros publicados en Nápoles en el siglo pasado. El primero, de Michele Arditi, ar queólogo, se titula Il fascino e l'amuleto contro il fascino presso gli antichi (El hechizo y el amuleto contra el hechizo entre los antiguos). El segundo es Cicalata sul fascino volgarmente detto iettatura (Charla sobre el embrujo vulgarmente llamado jettatura), de Nicola Valetta, libro que en la portada tiene un retrato de Va letta como para que uno piense en aquel personaje de Pirandello considerado como un jettatore y que quería que se le consi derara unjettatore. En cuanto al amuleto hallado por Arditi en las excavaciones de Pompeya, se trata del falo, parte del cuer po humano masculino que ya sea en su forma real o en pequeñas reproducciones en oro, plata o coral, se apresura a tocar quien cree en lajettatura, a cada aparición del jettatore o, incluso, a la sola mención de su nombre. En una novela italiana de nuestro tiempo, al divisar uno de ellos, una señora que del amuleto natural estaba naturalmente desprovista, le dice a su vecino: "Tóqueselo y déjeme tocar".

Sin embargo, se debe justamente a un lingüista napolitano, Basilio Puoti, la definición más razonable y precisa de la palabra iettatura: "Mal que falsamente, se supone provenir de personas a quienes se cree naturalmente maléficas e, incluso, a veces, deseosas de hacer daño". Más inefable y casi irritante como para creerla es, en cambio, la definición de Tommaseo en el Dizionario dei sinonimi: "Jettatore es quien, particularmente en Nápoles, se cree portador, con la presencia o las palabras, de desgracia y molestias; especie de brujo inocente y pasivo. Jettatore se nace como poeta". Como existen los poetas, ¿quiere decir Tominaseo que también existen los jettatores? Podemos creer que sí, ya que Tommaseo era católico y ningún sacerdote católico jamás ha exhortado a no creer de manera clara y precisa; la recomendación de los sacerdotes ha sido siempre ésta: "No lo creáis, pero cuidaos bien de ello". ¿Y cómo es posible creer en la existencia de una cosa que es necesario temer?

Sobre esta creencia necia y malvada, Pirandello escribió en 1911 una novela que luego convirtió en comedia: La patente. Es la historia de un pobre hombre que por esa fama había perdido el empleo y, con su familia, se había quedado en la más negra miseria. En determinado momento decide crear la profesión de jettatore y se querella contra dos jóvenes que ante su presencia se habían tocado sus propios amuletos. Entonces, calculando que el tribunal no podía condenar a los dos jóvenes por difamación, ya que no habían hecho otra cosa más que un gesto, él saldría del juicio con la patente de jettatore: "Con el sello. ¡Con tantos sellos legales! Jettatore patentado por el regio tribunal". Y dirigiéndose al juez que quiere convencerlo para que desista y retire la querella, le explica: "Me he preparado de este modo, con estas gafas, con este traje; me he dejado crecer la barba; ¡ahora espero la patente para entrar en acción!... Bastará con que me presente; no será necesario decir nada. Me pagarán para que me vaya. Rondaré alrededor de todas las fábricas; me detendré delante de todos los negocios, y todos, todos, me pagarán el impuesto. ¿Habla usted de ignorancia? ¡Yo hablo de salud! Porque, señor juez, he acumulado tanta rabia y tanto odio contra toda esta asquerosa humanidad que creo realmente tener ahora en estos ojos el poder de sacudir los cimientos de una ciudad entera!". Y el juez, con la cabeza entre las manos, desanimado, llora, lo abraza. Un juez racionalista, un juez cristiano.

Esta piadosa y conmovedora comedia de Pirandello no ha impedido que la creencia se extienda y llegue incluso a niveles cultos. Uno de los más grandes estudiosos italianos de la literatura inglesa y del decadentismo europeo, tal vez el más grande de este siglo, ha estado marcado por esta fama durante toda su vida, y terminó, en determinado momento, cambiando la pena por la diversión. Algo similar al protagonista de la comedia de Pirandello. Fama, por otra parte, que igualmente tuvo un gran arqueólogo. Y hoy, a través de uno de los periódicos italianos más importantes, nos enteramos de que existe todo un país, un país pobre de una región pobre, con 2.000 habitantes, capaz de influjos jettatores. Un país. Es como para llorar, al igual que el juez de la comedia de Pirandello.

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