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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tentación de la intolerancia

BASTARÍA ENTRAR en un museo para apreciar los innumerables rostros de Jesús de Nazaret. Desde el Pantocrátor, severo, poderoso y distante, hasta la escultura y la pintura del barroco, pasando por los Cristos coronados del románico, en cada época ha prevalecido una visión de juez, de guerrero, de víctima, de ser compasivo y hasta de galán enamorado. Una figura tan universal es patrimonio de todas las culturas. Ningún otro fundador de una religión oriental puede presentar iconografías tan diversas.Entre las novedades de nuestro tiempo figura el interés de los escritores por la historia de Jesús, con visiones que rompen con la tradición canónica. Están en su derecho. Aumentan los lectores de obras como Juliano el apóstata, de Gore Vidal; Rey Jesús, de Robert Graves; Jesucristo vivió y murió en Cachemira, de Faber Kaiser, por citar las más conocidas en España. La novela de Nikos Kazantzakis La última tentación, publicada en 1960, que ha servido al guionista Paul Schraeder para el filme de Martin Scorsese, llegó a ser incluida durante breve tiempo en el Índice de libros prohibidos. Su trama presenta a Jesús imaginando, ya en la cruz, una vida diferente: el matrimonio, hijos, un amor por María de Magdala. Esa visión, que el novelista presenta como la última tentación de Satanás, es vencida, y el crucificado asume su destino de redentor. La última tentación no se funda en hipótesis absurdas, no es una diversión diletante, sino que invita a la reflexión.

La polémica desatada en Estados Unidos ante el estreno de la película se está extendiendo a otros países del mundo antes de que sea vista en ellos, en uno de esos movimientos característicos de los prejuicios de nuestra época. La inmensa mayoría de las protestas en Estados Unidos se hace también sin ver la película, defendiendo sobre todo lo que los manifestantes, fundamentalistas de distintas religiones cristianas, consideran su derecho a que no la vean los demás. La polémica se desarrolla entre dos formas de creencia: la del integrismo, que considera blasfemo todo aquello que se produzca en torno a la figura de Jesús y no responda a la tradición intangible de su estricta divinidad, y la de los creyentes revisionistas o progresistas, que defienden el derecho a su propia reconstrucción de la figura que consideran igualmente divina.

Pero hay otra dimensión en la polémica: la del derecho al libre examen de una figura histórica, sin que nadie pueda arrogarse la propiedad sobre su biografía. Y el derecho de las gentes de ver, si lo desean, una película y determinar por sí mismas si es una obra de arte o no, las posibles trampas del novelista y el cineasta para conseguir la popularidad o la discusión o la consistencia de la interpretación propuesta. No hay ninguna censura legítima: nadie tiene el derecho de prohibir a nadie la expresión de sus ideas ni el de que sean leídas, escuchadas o contempladas. Como nadie tiene el derecho de prohibir a nadie las críticas, las acusaciones morales o las rectificaciones religiosas o históricas sobre esa obra. La reivindicación de prohibiciones, los bloqueos de las puertas de los cines o las quemas de ejemplares nos hacen retroceder a edades que parecen bastante más oscuras que la nuestra y nos enseñan que todavía hay partidarios de la hoguera para quienes no piensen como ellos. El respeto que se debe a los creyentes no sólo consiste en permitir que expresen y vivan según sus creencias, sino en defenderles de quienes les ataquen en esa libertad. Pero no va ni un paso más allá, sobre todo si ese paso va en detrimento de los no creyentes o de los que tienen creencias distintas.

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