Una herencia indeseable
Los MERCADOS internacionales se han acostumbrado a esperar con impaciencia la publicación mensual de la evolución del déficit comercial de Estados Unidos, que ha llegado a convertirse en una especie de barómetro de la economía planetaria. Operadores e inversores de los cinco continentes tienen bien presente que fue precisamente la publicación de ese dato, en octubre de 1987, el catalizador del crash de las bolsas. La publicación del déficit comercial correspondiente al mes de junio, que con sus 12.500 millones de dólares excede con mucho a lo esperado por las autoridades económicas norteamericanas, no ha supuesto esta vez ni batacazos bursátiles ni una caída apreciable de la moneda estadounidense, con lo cual no fue excesivamente perturbada la euforia carnavalesca de la convención republicana de Nueva Orleans. Los inversores se habían adelantado a cualquier comportamiento bajista del mercado liquidando sus posiciones en las jornadas inmediatamente anteriores.Sin embargo, la evolución de la economía de Estados Unidos merece varias reflexiones. Por una parte, en relación al mantenimiento de un desequilibrio exterior que debía haberse reducido tras las medidas adoptadas por los países más ricos para mantener la cotización del dólar a unos niveles que permitan a las empresas norteamericanas competir mejor en el exterior. El dinamismo de la demanda interior es tan alto que se muestra capaz de absorber un encarecimiento de los productos extranjeros.
El segundo motivo de reflexión es que este panorama alentador no significa que la economía norteamericana haya superado sus grandes desequilibrios: el déficit presupuestario, cercenado a duras penas por la Administración Reagan a cersta del recorte de gastos sociales, y el déficit comercial, producto de varios años, con un dólar excesivamente alto. Pero más inquietante que estos dos aspectos (además del hecho de que Estados Unidos es el país con la mayor deuda externa del mundo) puede ser, a corto plazo, el sobrecalentamiento de la economía y el riesgo de que aparezcan rebrotes inflacionistas.
No se puede obviar, en estos momentos, la influencia que la proximidad de la renovación del inquilino de la Casa Blanca viene ejerciendo en los últimos meses entre las autoridades económicas republicanas, preocupadas por presentar los logros de la economía con claros tintes electoralistas. Si los sondeos se cumplen y una Administración demócrata sucede a los reaganomics de hoy, Dukakis puede encontrarse nada más llegar con la dura obligación de tomar medidas estabilizadoras que impidan un rebrote inflacionista. Esta situación, por otra parte, parece ser una constante de los períodos poselectorales en Estados Unidos, donde lo primero que tiene que hacer la nueva Administración es limpiar el patio de los restos de la fiesta de su predecesora.
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