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Viaje al territorio de Reagan

Joan Subirats

Lo primero que descubre el viajero al llegar al aeropuerto de Orange County (California) es que su denominación oficial, John Wayne Airport, no tiene nada de retórica. Una impresionante estatua de bronce reproduce a un tamaño mayor del natural, que ya es decir, el imponente corpachón del mítico artista-pistolero del Oeste, sombrero tejano y cananas al cinto incluido. Como contacto inicial con un condado que tiene fama de ser el más conservador de Estados Unidos, bastión del Partido Republicano y una de las zonas de descanso del matrimonio Reagan, no está mal.Una vez aclimatado a no buscar centros ni ciudades en una extensa área en la que sólo pueden verse casitas de planta baja y jardín, salpicadas por algunos edificios de oficinas, el viajero empieza a reconocer, una vez más, que Estados Unidos resulta un país muy grande donde lo que vale en un sitio no vale en mil otros lugares. Orange County es un territorio muy rico. Tanto, que sus habitantes se congratulan al poder afirmar que de ser independientes ocuparían la sexta plaza mundial en renta per cápita. Y su misma riqueza, lo extraordinario de su clima o la lógica de triunfadores que preside los hábitos de conducta de la sociedad norteamericana les hace afirmar una y otra vez lo privilegiados que son al residir en "el mejor condado del mejor Estado de la mejor nación del mundo".

Si no tienen bastante con sus propios lugares de cultura y diversión, en una hora de coche se plantan en el centro de Los Angeles o de San Diego. Su pequeño aeropuerto está conectado directamente con las principales ciudades norteamericanas, y disponen incluso de conexión directa con Europa o Japón. Están en pleno Pacific Rim, y por tanto con unas expectativas de crecimiento económico excepcionales. Por otro lado, la proporción de negros o hispanos es menor que en otras zonas del Estado. Así pues, afirman algunos, no es de extrañar que en esa área predominen los conservadores a los reformistas o liberales. Si en todo el territorio de la Unión los demócratas inscritos como tales superan con creces a los votantes inscritos como republicanos, en Orange County la proporción es casi de dos republicanos por cada demócrata.

Los representantes del Partido Republicano cuentan y no acaban acerca de las palizas que infligieron a los demócratas en las últimas elecciones presidenciales de 1980 y 1984: "Nadie puede con Reagan en California, y mucho menos en Orange County". Aquí las grandes batallas electorales se dan en las primarias republicanas, en las que no se escatiman millones, ya que de conseguir la nominación por el Partido Republicano el puesto está prácticamente asegurado. Pero cuando se da el factor Reagan toda inversión resulta poca. Un ejemplo: Nathan Rosenberg, un joven y prometedor republicano, que se presentaba en las primarias del 7 de junio luchando por la nominación republicana como candidato a senador, con un pasado conservador intachable, con una profusión de medios alucinante para nuestros estándares, que llegó a repartir más de 50.000 vídeos contando imaginativamente su programa, tuvo que inclinarse ante Chris Cox, un recién desembarcado en la zona pero que lucía un curioso y único eslogan: "Gracias, Chris. (firmado) Ronald Reagan", aludiendo a sus años como íntimo colaborador y redactor de discursos del inefable Reagan.

Una demostración más que ni escándalos iranianos, ni revelaciones sobre astrología y proceso decisional, o sobre sus pobres cualidades de concentración, han causado la más mínima mella en la imagen de quien, para bien o para mal, ha revolucionado la manera de hacer política en Estados Unidos. Y la base de su fuerza, las raíces de su discurso, están sin duda en este territorio. No es casualidad que George Bush llevara la celebración de su triunfo electoral en la noche de las primarias californianas a uno de los mejores hoteles de Orange County mientras Dukakis buscaba refugio en un Los Ángeles más acogedoramente demócrata.

Es aquí, en Orange County, en poblaciones como Irvine, Laguna Beach, Newport o Costa Mesa, donde el visitante puede palpar la influencia que aún tiene Reagan en la política norteamericana. A pesar de los escándalos que han acompañado sus ocho años de mandato, a pesar de sus muestras de senilidad, Reagan ha demostrado que conecta mejor que nadie con el mainstream estadounidense. Su discurso es una mezcla perfecta de conservadurismo económico basado en los más rancios principios del laissez faire, y de conservadurismo social que cree en la jerarquía y en los valores tradicionales de la religión y la familia, todo bien aderezado con la más radical capacidad de innovación tecnológica y con el fantasma del enemigo exterior que ayude a compactar la enorme variedad de un país de aluvión. Y ello se pone aún más de manifiesto en este pedazo de California que disfrutó de Reagan cuando era gobernador del Estado y que lo siguió apasionadamente en su lucha "contra el comunismo, el excesivo gasto público o la degradación de costumbres". Es desde Orange County desde donde se impulsó decisivamente en los años setenta la llamada proposition 13, por la que se prohíbe a los municipios aumentar la tributación local por encima del crecimiento de la inflación, y es aquí donde el 7 de junio se votó contra la measure A, que pretendía regular el desbordado crecimiento económico e inmobiliario de la zona. Y en ambos casos se esgrimieron idénticos argumentos, que entroncan con las mismas raíces de ese país: defensa a ultranza de la libertad individual y la necesidad de reducir todo lo posible el intervencionismo de los poderes públicos.

Nadie se atreve aquí a imaginar siquiera que la hora de Reagan ha pasado. Repasan una y otra vez la enmienda de la Constitución que prohíbe desde 1951 que un presidente de Estados Unidos pueda ejercer más de dos mandatos, y comparten con Reagan las dudas ante una medida que nadie había siquiera puesto en entredicho desde los lejanos días de Roosevelt. Y por eso cuando vitorean a un aburrido y poco imaginativo George Bush lo hacen pensando no en ese personaje que se ha pasado ocho años callado y que a muchas mujeres norteamericanas les recuerda su primer marido, sino que aplauden a quien ha prometido ser fiel a Reagan. De hecho muchos republicanos de Orange County encuentran a Bush "condenadamente moderado", y le pedían a gritos, en la gala final de la campaña californiana, que nombrara como candidata a la vicepresidencia a la temible Jeanne Kirpatrick. Pero lo seguirán nombre a quien nombre, porque Bush es la única posibilidad de que Reagan continúe mandando. Ése, dicen, fue el error de Robert Dole, un candidato mucho mejor dotado que Bush para la presidencia y con una esposa que goza de un notable prestigio. Pero Dole quiso apartarse de Reagan, quiso demostrar en las primarias que tenía "otras ideas", y fue rechazado claramente por el votante medio republicano.

Es evidente, y así lo demuestran hasta ahora las encuestas, que Dukakis tiene una mejor imagen que su contrincante. Juega a su favor también la voluntad de cambio que muchos norteamericanos parecen demostrar después de ocho años de reaganismo. Y lo más probable es que acabe ganando el 8 de noviembre a pesar de que la tradición diga que con buena salud económica y paz en el exterior gana siempre el partido en el poder. Pero, sea como sea, es seguro que el gobernador de Massachusetts lo va a tener difícil en California, y mucho más en Orange County, donde a pesar de la foto que unía a Reagan y a Lenin en la universidad de Moscú, aún continúan pensando en aquel Reagan que prometía lucha sin cuartel al "imperio del mal". En esta zona, verdadero paradigma reaganiano, republicano quiere decir libertad para ser rico y para ser pobre, y demócrata quiere decir perdedor, quiere decir preocuparse por aquellos que caen o no sacan lo suficientemente rápido. Éste, afirmaba Bush con convicción, no es un territorio para "niñatos de Harvard" preocupados por los problemas sociales. Éste es el territorio de la extrema derecha apacible, como denominaba la revista Les Temps Modernes hace años a la John Birch Society. Éste es el territorio de Reagan.

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