Loas de despedida
En Shindand, donde hoy [miércoles 10 de agosto] se despide a 2.000 soldados, no faltan las palabras grandilocuentes desde la tribuna de autoridades improvisada para la ceremonia. Mientras el imperturbable Massoud escucha las loas a la amistad afganosoviéticas entonadas por el gobernador de Herat, Fasel Khakida, un enjambre de niños afganos es disuadido a capones de acercarse al té caliente que reparten los soviéticos.En la tribuna, el coronel Lajor, un afgano corpulento de voz melosa, juguetea con su rosario de ámbar, en tanto nos asegura que la guerra es un buen negocio para Pakistán y un elemento de estabilidad para el presidente de ese país vecino, Zia Ul Haq. Lajor no se opone a que vuelva el rey a Afganistán, pero "no debería vivir como antes, sino como un ciudadano normal". Una condición difícil de aceptar en un país donde el sueldo medio ronda los 100 dólares mensuales (unas 12.500 pesetas).
Terminada la ceremonia, nuestro convoy se pone en marcha hacia Herat, la ciudad por donde pasaron Alejandro Magno, Gengis Kan y el Tamerlan. De Shindand a Herat esta corresponsal viajó sentada durante 120 kilómetros y más de dos horas de camino sobre un carro blindado de transporte de tropas.
Una chaqueta y un gorro militares me protegían del sol y de una temperatura que rondaba los 50 grados. A mi lado, sobre el duro acero del tanque, se sienta un corresponsal militar soviético y un diplomático del mismo país que conoce perfectamente el Dari.
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