_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿El fin de la era Reagan?

Al término de la convención del Partido Demócrata norteamericano celebrada en Atlanta, el candidato presidencial de este partido, Michael Dukakis, anunció que su previsible triunfo en las elecciones a la presidencia supondrá el fin de la era Reagan.¿Qué significa esto? Evidentemente, no puede significar sólo que el actual presidente de Estados Unidos dejará de serlo, porque esto ya está resuelto por imperativo constitucional. Terminar con la era Reagan es. algo mucho más complejo y delicado, porque quiere decir acabar con un modelo político y económico que ha marcado de manera muy profunda no sólo a la sociedad norteamericana, sino también a todos los países de su área de influencia y dominación, tanto del mundo desarrollado como del subdesarrollado.

Dos ex secretarios de Estado norteamericanos tan influyentes como Henry Kissinger y Cyrus Vance planteaban el problema de manera muy cruda en un resonante artículo conjunto, hace algunas semanas. A su vez, el actual secretario de Estado, George Shultz, en el curso de su reciente viaje por diversos países del Pacífico, explicaba, a la defensiva, que no es cierto que Estados Unidos esté cerca del declive. Comentando este viaje y estas declaraciones, la revista Newsweek escribía que la última moda intelectual es ciertamente la teoría del supuesto declive del poder norteamericano y tras recoger diversos testimonios de las crecientes tensiones entre Estados Unidos y los países del área del Pacífico -tensiones que atribuía no tanto al descenso del poder norteamericano como al auge de los demás países- llegaba a la conclusión de que "... Estados Unidos está. aprendiendo que ya no puede marcar siempre el compás".

El fondo del problema es que la Administración Reagan ha convertido a Estados Unidos en un país con un tremendo déficit comercial y la mayor deuda externa del mundo, que compromete más y más sus recursos en empresas militares y que vive por encima de sus posibilidades gracias a la aportación de capitales de sus aliados desarrollados y a la ruina de los países subdesarrollados. Es un sistema que tiene sus orígenes en el sistema financiero internacional impuesto después de la II Guerra Mundial, cuando Estados Unidos era el único país que salía indemne de la catástrofe y tenía, además, el monopolio del arma absoluta, la bomba atómica.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Con la Administración Reagan el sistema se ha mantenido, pero en su última etapa han empezado a manifestarse los límites del mismo y han surgido los primeros problemas de fondo. Entre éstos, el principal es que el reaganismo como sistema se ha empeñado hasta el final en mantener el sistema bipolar surgido de la II Guerra Mundial en un mundo que ha cambiado profundamente y que cuando ha reaccionado lo ha hecho a la defensiva, sin llevar la iniciativa. Por eso terminar con la era Reagan, como anuncia el candidato demócrata Michael Dukakis, significa abrir un proceso de revisiones y cambios muy importantes en el interior de Estados Unidos y a nivel mundial. Significa adaptarse a un mundo en el que los países hasta hace poco tutelados por Estados Unidos en la cuenca del Pacífico empiezan a contar en la economía mundial con su propio peso; en el que China puede convertirse en una potencia decisiva en los próximos 50 años; en el que Europa dejará de ser un continente dividido y frenado por la escisión en dos bloques cerrados y antagónicos y será otro gran foco de desarrollo y de expansión; en el que Japón es ya la principal amenaza económica para Europa y el propio Estados Unidos; en el que los países de América Latina van a arreciar la lucha por la unidad contra el subdesarrollo y la deuda externa, condición indispensable para un desarrollo propio que puede ser importantísimo; en el que los países islámicos van a convertirse en un foco político e ideológico de alcance mundial, etcétera. En ese contexto, los nuevos gobernantes norteamericanos deberán redefinir sus estrategias y, de hecho, redefinir sus alianzas. En definitiva, el famoso Irangate, ¿qué es sino la demostración de que Estados Unidos por sí solo ya no puede enfrentarse a la antigua manera con los nuevos focos de poder y de conflicto que aparecen en todos los continentes?

Los propios acuerdos militares con la Unión Soviética, impulsados principalmente por el dinamismo de la nueva política exterior de Gorbachov, son de hecho la aceptación de que el mundo actual y, sobre todo, el futuro ya no pueden fincionar con la lógica bipolar que ha imperado hasta ahora. La Unión Soviética ha empezado un dificilísimo proceso de adaptación a las nuevas realidades del mundo, que pasa no sólo por superar la rigidez y la falta de competítividad de su propio sistema, sino también por la redefinición de su papel como potencia alternativa a Estados Unidos. Cualquiera que sea la opinión que uno tenga sobre el contenido y sobre las posibilidades de éxito de la perestroika soviética, lo cierto es que una parte de esta política de reforma y adaptación de la URSS pasa por resolver los focos de conflicto que la enfrentan directamente a Estados Unidos y que eran resultado de la concepción bipolar del mundo.

Por consiguiente, la alternativa con que se enfrenta Estados Unidos es si va a seguir empeñado en esta lógica bipolar, aumentando sus gastos militares, su déficit comercial y su deuda externa, aspirando recursos de los demás países desarrollados y arruinando a los subdesarrollados, o van a modificar de raíz esta orientación. La propia convención de Atlanta, con la elección de un senador tan conservador como Lloyd Bentsen como vicepresidente y la alianza con un líder radical como Jesse Jackson parecen demostrar que los demócratas saben que en un país tan marcado por el reaganismo las reformas -sobre todo si han de ser importantes- requerirán muchos compromisos y muchos consensos a ambos lados del espectro político. Pero es de suponer que también saben que la alternativa es la que es y que quedarse a medias tintas es condenarse al fracaso: o terminan de verdad con la era Reagan o la era Reagan terminará con ellos, sin generar a corto plazo ninguna otra alternativa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_