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Tremendismo a tope

Romero / Ortega, Espartaco, LitriCinco toros de Ana Romero y, sobrero de Mercedes P. Tabernero: los tres primeros, impresentables, inválidos y sospechosos de afeitado; 5º con genio y resto manejables. Ortega Cano. dos pinchazos y estocada caída -aviso- (ovación y salida a los medios); estocada trasera (oreja). Espartaco: tres pinchazos y estocada (vuelta); cuatro pinchazos bajos, rueda de peones, intenta el descabello y sale entrampillado por atrás, cuatro descabellos (ovación y también pitos cuando saluda). Litri: estocada corta caída (oreja); pinchazo bajo y bajonazo tirando la muleta (oreja); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Valencia, 30 de julio. Séptima corrida de feria.

El público se volcó en esta penúltima corrida de la feria de julio hasta llenar la plaza, y lo pasó en grande. Lo pasó en grande, porque vio lo que quería ver, tremendismo a tope, allá penas si los toros salían hechos una ruína y los toreros pegaban mantazos. El caso era divertirse. Al público tremendista lo que le divierte es que los toreros se muevan mucho, que levanten polvareda, que hagan gestos retadores, y ademanes de que se van a suicidar de un momento a otro. Al público tremendista también le gusta que la plaza esté llena, y que haya música, toda la tarde música; y bullicio, toda la tarde bullicio Cuando todos estos condicionamientos se producen, como ayer les arrebata el entusiasmo, unos contagian a otros, se desborda el triunfalismo, y lo aplauden todo, hasta una mosca que pasara aplaudirían, con unas ovaciones estruendosas.

Si tendría la tarde aplaudidora el público de ayer, que hizo saludar montera en mano, por pares de banderillas que casi nadie debe de recordar ya, a Corbelle, El Ecijano, Montoliu, El Mangui, y los restantes banderilleros también escucharon grandes ovacioneas cada vez que prendían los palos donde Dios les daba a entender; José Ibáñez, por un par que prendió junto al codillo de¡ inocente torucho.

Inocente torucho. Inocentes toruchos hubo varios ayer y los tres primeros, además, víctimas de la cruel zafiedad humana. Toruchos pequeñajos, con caritas abecerradas, sin los pitones en su sitio, débiles de pata y todo lo demás, sumisos, agonizantes. A esos toruchos, los diestros les hicieron diabluras, cada cual en su estilo peculiar. Ortega Cano, el ceremonioso dentro de la ortodoxia, y cuajó algunos redondos buenos. Espartaco, el pegapasista afanoso, medio de espaldas en el cite, poniendo allá atrás la pierna que debe de estar delante, oblicuo el trapo, y una férrea voluntad de trabajar. Tan férrea que un peón le acercaba el estoque sugiriéndole que matara, y lo rechazaba, así tres veces, provocando el delirio del público. El número es de un efecto infalible. Litri, a la tremendista manera tosco en la ejecución de las suertes, pero indómito en el arrojo, hasta que se puso de rodillas, tiró los trastos. Era la situación que esperaba el público, para eso había ido a los toros, y creyó enloquecer.

Los restantes resultaron más toros y se notaba. Ortega Cano serenó el alboroto haciéndole toreo serio al cuarto, que tenía querencia a chiqueros, y allí acabaron ambos una faena correctamente construída, en la que hubo par de tandas bien ligadas por ambos pitones. Al quinto lo porfió Espartaco, y tuvo mérito, pues ese toro era reservón, probón, áspero y malas pulgas. Trasteo adelante arreaba con genio y Espartaco cortó precipitadamente la faena. Cuando iba a descabellar, el toro lo entrampilló por detrás, sin otras consecuencias que un varetazo y el susto. Volvio Litri a las suyas con el sexto, citaba a lo guardabarrera con el trapo atrás y dirigido al pitón contrario, corría en los remates, el temple no iba con él, pero a la gente le gustaba horrores, el alboroto le enardecía y cuando otra vez se arrodilló al descubierto el torero, llegó el delirio. Sacaron a hombros a Litri y el público abandonaba la plaza felicísimo, que es lo bueno. Si alguien hubiera ido a decirles que casi nadie cargó la suerte, que dos torearon de espaldas y metían pico, que la mayoría de los toros eran de pega, que fiesta, lidia y toreo nada tenían que ver con aquello, a lo mejor lo cogen y lo tiran al pilón. Y, claro, nadie osó decirles nada.

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