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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La crisis armenia

EL PRESIDIUM del Soviet Supremo de la Unión Soviética se reúne hoy para estudiar la disputa planteada sobre el territorio de Nagomo-Karabaj, el enclave de mayoría armenia situado dentro de Azerbayán. Tras la relativa calma registrada durante la conferencia del partido, a finales de junio, la crisis ha derivado a lo largo de la semana pasada en un conflicto constitucional sin precedentes en la URSS: el soviet de la región de Nagorno decidió su separación de la República de Azerbayán, mientras que el de esta República ha anulado la decisión y ha reafirmado su jurisdicción sobre el disputado territorio. El Soviet Supremo de la URSS tendrá que decidir ahora cuál de las resoluciones en conflicto prevalece sobre la otra, y cualquiera que sea la decisión creará un importante precedente, en un momento en el que en el mosaico de nacionalidades heredado del antiguo imperio zarista se empiezan a mover casi todas las piezas.Pero no se trata sólo de un contencioso políticojurídico. Las movilizaciones populares en torno a esta cuestión han sido las más gigantescas conocidas en la URS S desde hace mucho tiempo. Nagorno-Karabaj y gran parte de Armenia están paralizados desde hace seis meses por huelgas y manifestaciones. El sábado, los promotores de la huelga en la capital de Armenia hicieron un llamamiento para concluir los paros, tal vez como un gesto en espera de lo que decida el Soviet Supremo.

Esta unanimidad tiene unas raíces históricas que desborda el marco de la URSS. La República soviética de Armenia es el único territorio en el que la nación armenia, que en otras épocas dominaba una extensión mucho mayor, conserva una existencia propia, con su idioma y su cultura. Los armenios, cristianos en un entorno islámico, han sufrido en su historia terribles persecuciones y para ellos la región de Nagorno-Karabaj tiene un valor simbólico. Ahora, en el clima de la perestroika, rebrota esa antigua reivindicación. Contrariamente a lo que ocurre en otras repúblicas, el nacionalismo armenio no es antisoviético. Pero en la etapa actual de la reforma las reivindicaciones armenias plantean un problema político sumamente complejo.

Moscú ha dado hasta ahora ciertos pasos para aplacar los ánimos. Quizá el hecho más significativo sea la decisión del Tribunal Supremo de juzgar en Rusia -y no en Azerbayán- a los culpables del horrible pogromo de Sunigait, en febrero pasado, en el que 30 armenios fueron asesinados. Por otra parte, en las resoluciones de la reciente conferencia del PCUS quedó reafirmado el derecho de autodeterminación de los pueblos, en el que basan su reivindicación los habitantes de Nagorno-Karabaj.

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Por otra parte, se ha creado una situación de hecho que no será fácil modificar sin empleo de la violencia: en Nagorno-Karabaj, ni el pueblo ni las autoridades hacen caso de lo que se decide en Bakú; han cortado en la práctica sus relaciones con Azerbayán. Hay, pues, razones, tanto de oportunidad política como de principio, para pensar que lo más razonable sería que Moscú arbitre fórmulas para atender la demanda de los armenios. Éstos han sugerido que una solución provisional podría ser colocar a Nagorno-Karabaj en una situación sui géneris, con un vínculo especial con Rusia, la mayor República de la URSS. Pero Azerbayán rechaza cualquier cambio.

La política de Gorbachov ha tendido a evitar que se enconen los problemas nacionales mientras gana tiempo para que se pongan en marcha las nuevas estructuras políticas, perfiladas en la reciente conferencia del partido. Pero en el tema de rectificaciones de frontera, sin aludir al caso de Nagorno-Karabaj, Gorbachov adoptó ante la conferencia del PCUS una actitud negativa. Actitud que se explica por el temor a que, si se acepta una rectificación de frontera, ello provoque una sucesión de demandas semejantes. Acostumbrada a un sistema autoritario, la URSS se halla huérfana, en la actual etapa de transición, de los instrumentos de mediación y arbitraje necesarios para resolver los conflictos entre diversos órganos del Estado. Cuando la presión en favor del cambio opera de manera gradual, como en el debate sobre los errores y crímenes del pasado, la apertura puede avanzar sin excesivas sacudidas. Pero en el problema nacional, cuando se enfrentan dos repúblicas y masas ingentes reclaman con pasión cambios inmediatos, la solución es mucho más difícil.

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