En política exterior, todos de izquierdas

Cuando, la semana pasada, el Gobierno anunció la liberación del puertorriqueño William Morales y su posterior traslado a Cuba, todos los grupos de opinión mexicanos, que se debatían en una feroz, campaña electoral, sintieron la obligación -y una especie de orgullo- de respaldar a sus autoridades. Para la izquierda, obviamente, el caso era una oportunidad de demostrar la independencia de México frente a Estados Unidos; la derecha, pese a poner énfasis en la actuación terrorista del involucrado, no podía oponerse a la medida; para el Gobierno fue la oportunidad de manifestar su fidelidad a la tradición de la política mexicana en el momento en que estaba más en duda.La política exterior es en México una cuestión de principios. El próximo Gobierno se moverá, en este terreno, dentro del estrecho margen que permiten las tradiciones del país, por lo que no se esperan cambios sustanciales respecto a la política que este país ha sostenido bajo anteriores administraciones.

Existen ahora problemas nuevos que exigen un tratamiento especial; por ejemplo, el crecimiento del tráfico de drogas en la frontera entre Estados Unidos y México. Pero el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Carlos Salinas de Gortari, promete mantener posiciones similares al Gobierno anterior en otros temas claves de la política exterior mexicana como son el apoyo a Nicaragua, las especiales relaciones con Cuba y el protagonismo en Centroamérica.

Todo ello ha sido motivo en el pasado de un trato difícil con Estados Unidos, país con el que México comparte más de 3.000 kilómetros de frontera y una parte sustancial de sus intereses comerciales. Con el caso de Morales, por el que Estados Unidos llamó a consultas a su embajador, México se ha querido revalorizar ante América Latina y ante su propia opinión pública, pero ha servido también para exponer la tensión en las relaciones entre los dos países. Antes de ese conflicto, México y Estados Unidos habían chocado por la actitud de este país en su defensa a ultranza del Grupo de Contadora y de Nicaragua. Salinas ha anunciado, en este sentido, que seguirá defendiendo el derecho del pueblo nicaragüense a elegir su propio destino.

No es, sin embargo, el conflicto centroamericano el más espinoso en las relaciones entre los dos grandes países de Norteamérica. La preocupación de la Administración estadounidense por el narcotráfico ha cobrado prioridad y ha pasado a convertirse en el principal elemento de fricción. Hace poco más de dos meses el Senado norteamericano presionó al presidente Ronald Reagan para que forzase a México a tener una actitud más enérgica para combatir las drogas. Ello molestó seriamente en este país, que cree que hace más de lo que debe para combatir un problema que afecta fundamentalmente a los norteamericanos.

México dedica la mitad de su Ejército y una cantidad incalculable de millones de dólares a perseguir la producción y el tráfico de marihuana, droga de la que los mexicanos no son los principales consumidores. Pese a todo, Estados Unidos cree que se debe hacer más al sur del río Bravo y ha presionado a los mexicanos para que incrementen su esfuerzo. Carlos Salinas se ha mostrado partidario de una acción concertada para afrontar ese problema, pero ha advertido que el Gobierno norteamericano debe también aumentar su vigilancia sobre las redes de distribución de drogas que operan dentro de Estados Unidos, en lugar de limitar toda su política a la represión en el país de origen.

El tercer tema de litigio mexicano-norteamericano, el de los trabajadores emigrados, queda, por el momento, condicionado a la inamovible realidad de que ni Estados Unidos puede prescindir de la barata mano de obra mexicana, ni este país puede absorber a los varios millones -entre tres y ocho- de trabajadores que se ganan su salario al norte de la frontera.

Entre las originalidades que Salinas pretende incorporar a la política- exterior están la apertura diplomática a la cuenca del Pacífico y las relaciones más intensas con España.