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Tribuna
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Última copa

Manuel Vicent

De madrugada, cuando los espectáculos y salas de fiesta acaban, muchos beodos legítimos quedan desarmados bajo las estrellas. La ciudad se vuelve inhóspita para ellos, puesto que a esa hora todos los bares también están cerrados y los últimos devotos del alcohol, barridos hacia la calle, deben regresar a casa totalmente fracasados. No existía en Madrid un lugar tranquilo donde esperar la aurora soñando, bebiendo hasta el naufragio; pero ahora algunos exploradores de la ciudad han descubierto un remanso de paz que no cierra en toda la noche, y ese establecimiento se está convirtiendo en el punto de cita entre los degustadores más refinados de este fin de milenio. Se trata de la cafetería del tanatorio. Hasta hace poco, los clientes de ese colmado sólo eran los deudos de los cadáveres que en ese mismo edificio esperan un pasaporte para la eternidad. Durante el día, por allí deambula gente silenciosa y enlutada; hay un bullicio de cucharillas en el desayuno y de platos combinados en el almuerzo, mientras los altavoces, como en un aeropuerto, dan el aviso de salida a los distintos fiambres en dirección al camposanto. El ajetreo mortuorio de cada jornada, dentro de un estilo aséptico, está adornado por el hilo musical con canciones románticas que suplen a los salmos del gorigori. No obstante, de noche ese espacio queda en calma, a media luz. Detrás de los ojos de buey se hallan los difuntos, y cada familia vela al suyo en pequeñas salas funcionales. Cerca del amanecer, cuando los espectáculos terminan, comienzan a llegar a la cafetería del tanatorio unos extraños visitantes.De pronto, en la calle se oyen frenazos de coche y algunas risotadas de los exploradores que vienen cantando. Entonces la cafetería del tanatorio se vuelve a animar. Estos eufóricos clientes entran, ocupan las mesas, piden toda suerte de licores y forman tertulias que se extienden hasta la salida del sol. El lugar se ha puesto de moda: tomar la última copa, esperar la luz del nuevo día rodeado de cadáveres es el signo postrero de la modernidad.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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