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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Que es una secta?

UNA COMISIÓN parlamentaria española ha sido encargada de investigar la realidad de determinadas sectas y lo que se esconde tras ellas. La existencia de poderosas organizaciones políticas y económicas que utilizan una fachada religiosa para conseguir adeptos, dinero y establecer cabezas de puente en el interior mismo de las organizaciones de poder ya no constituye una mera denuncia. Ha sido probada en numerosos casos más allá de nuestros confines. Ahora bien, ¿dónde establecer la sutil frontera que separaría una actividad legítima de una que no lo es en el profuso panorama de asociaciones y organizaciones que se ocupan o pretenden ocuparse de la cura de nuestras almas? ¿Por qué el atesoramiento de bienes materiales y de poder a través del pastoreo espiritual es permisible en unos casos y en otros no? ¿Es únicamente una cuestión de siglos de existencia y de número de adeptos?Es dificil saber qué es una secta. Las autoridades linguísticas españolas no le dan significado peyorativo: según su definición, su nombre viene del latín sequi, "seguir", y es la "doctrina enseñada por un maestro y seguida por sus adeptos". Los sociólogos adversos, en cambio, la derivan del latín secare, "cortar": aquellos que se separan de lo común, que se marginan y se encierran en sí mismos y en torno a una verdad que creen única, con despecho para todas las demás. Se entiende que todos los demás son los que practican sentimientos de índole mayoritaria o dominante. Sectas y contrasectas tienen su origen principal en Estados Unidos. Autores de aquel. país (Robert N. Bellah, McLoughin, Roy Wallis, Wuthnow) coinciden en creer que las sectas tratan de elevar a condición de religiones, con sincretismos de otras establecidas -bíblicos, budistas, animistas-, algunos de los grandes principios del Estado laico: libertad, trabajo, honradez, confraternidad, progreso. El sentimiento histórico de que esos grandes valores han decaído en la civilización ha cristalizado en grupos que los defienden hasta el fanatismo (¿sectarismo?). Sin embargo, frente a la buena fe de una parte importante de dichas asociaciones, oportunistas y vividores de toda laya han utilizado con frecuencia ese fanatismo para medro y enriquecimiento personal. El espectáculo de la guerra de los predicadores televisivos en Estados Unidos es un buen ejemplo de lo último.

El trasplante a España tiene ahora un auge. Puede haber aquí más de 200 sectas muy diversas: no se sabe el número exacto, porque no se admiten a registro en la Dirección General de Asuntos Religiosos del Ministerio de Justicia, como primer paso de una calificación peyorativa. La última que se denuncia es la de un grupo germánico de 400 personas en La Gomera, y las acusaciones son sensiblemente iguales a las que se hacen contra otras: pederastia (sexo infantil), lavado de cerebros, derecho de pernada, establecimiento de castas. A lo largo de la historia española, estas acusaciones se han realizado contra judíos, heterodoxos de muy distintas clases, iluminados, endemoniados, masones, anarquistas y rojos en general; también el anticlericalismo ha segregado denuncias parecidas contra conventos de monjas, jesuitas o contra el Opus Dei.

Con todo esto hemos llegado a un punto suficientemente oscuro, en el que se plantea la pregunta de si la creación y seguimiento de las sectas forma parte de las libertades de religión, de pensamiento y de palabra, o si la captación desde las escuelas, el lavado de cerebro, los ritos que entran en las costumbres y la vida social, el fanatismo de creencia en una sola verdad, son sólo privativos de esas denominadas sectas. Quizá una comisión de investigación investida de un pensamiento libre y un conocimiento suficiente de lo constitucional pueda arrojar la primera piedra. A condición de que vaya seguida por todas las demás piedras.

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