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Tribuna
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Poemas

De cuando en cuando, los poetas han acusado a los periódicos de no prestarles la debida audiencia. Ahora les ha llegado el momento de tener razón.El mercado está atestado de novela. Abotargado de ese género sazonado en el siglo XIX y a menudo tan antiguo y pesado como los corderos al horno. Por añadidura hay una corriente vil mediante la cual se convierten en éxitos de venta títulos de 400 a 600 páginas, con lo que la impresión es ya la del perfecto asado.

Al margen de los respetables gustos particulares, no es este un tiempo que se avenga con mercancías de este jaez. Sucede con frecuencia en estas fechas que el paseante compra el libro, lo empieza, lo mordisquea una o dos veces más y lo deja. Es así como el lector ha ido convirtiéndose en un cliente sin talento. Comprador sin cualidad. Pasto del burdo pasto que adquiere.

La poesía es algo de una naturaleza distinta y muy raramente conduce a la molicie. Los poetas son toxicómanos de una escritura exacta. A su vez expenden droga. Unos resultan mozalbetes de pelo fosco y manga arremangada. Otros son cuerpos maduros, perfeccionados por el pausado comercio de opio a lo largo de su vida.

La novela es un alimento ole plaza de abastos, de ahí que se hable de unas como castañas y de otras como junk-food. Propia de los tiempos duros en los que se soñaba con llenarse de una pitanza ocasional contra la anemia y el frío, la novela tenía la ambición de dar la explicación total y de salvar de paso a todo alfabeto de la tuberculosis.

Era otra época.

El estilo hoy está en la proporción y la figura del poema.

Frente a una novela sin poesía gana siempre el telefilme. Frente a una buena novela con ideas gana siempre un buen ensayo.

Frente a una buena poesía no existe, en cambio, texto superior. Ella es un saber sólo equivalente al de la ciencia o el accidente. La modernidad, si tiene algún emblema escrito, es el de la velocidad, la concentración y el snap del verso.

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