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Pedagogía

Rosa Montero

Ayer tocó día didáctico. Quizá fuera por eso por lo que la sala estaba sorprendentemente llena de colegiales. La cosa comenzó, en cualquier caso, con la jubilación del presidente del tribunal, que empezaba técnicamente ayer. Las defensas se soltaron lucidos parlamentos protestando por la prolongación de sus funciones, llenándolo todo de referencias leguleyas, ora a una Ley, ora a una ordenanza, al artículo tropecientos bis o al punto equis. A lo cual respondió el fiscal con otra retahila numeraria en apoyo de la continuación del presidente. Fue una clase de Derecho muy aburrida.Pero luego, cuando empezaron a pasar los diversos testigos policías, la pedagogía brilló con suma amenidad y con provecho. Fue una lección sobre el funcionamiento de las comisarías aderezada con anécdotas concretas. Y así, nos enteramos de que los detenidos parecen mostrar una obtusa tendencia a autolesionarse; e incluso, como contó uno de los comisarios, hubo una detenida que se arrojó sin más ni más por la ventana. Actos extremos que podrían indicar que a los detenidos no les gusta ni una pizca estar ahí. Y eso que, como explicó un testigo, les suben de vez en cuando de los calabozos para que puedan fumar o tomarse un café.

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Pero lo más interesante fue el capítulo de fugas. Un detenido que, hace ya años, y mientras se encontraba esperando en el vestíbulo, se levantó diciendo: "¿Es a mí a quién llama?", enfiló tranquilamente escaleras abajo y se perdió en el mundo. O hace un mes, sin ir más lejos, cuando un heroinómano salió corriendo, cruzó el patio interior y fue atrapado justo a cuatro o cinco metros de la calle. Cabría temer, en fin, que la Dirección General no sea ese reducto inexpugnable al que las defensas se referían, cuando explicaban que era ridículo pensar que los inspectores pudieran sacar a un Corella exánime sin que les contemplara todo el mundo. A lo peor, quien sabe, hay maneras de marcharse sin ser visto.

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