La legalización de la droga
EN ALGUNOS de los países desarrollados donde con mayor fuerza se hace sentir la abominable plaga de la droga comienzan a surgir voces nada sospechosas pidiendo un debate serio sobre la eventualidad de una legalización del consumo de esas sustancias, como paso, probablemente ne cesario, para acabar con una lacra cuyo potencial destructor de países y sociedades es mayor que el del terrorismo, que tanto preocupa a las buenas conciencias, y con toda razón, del mundo occidental. En Estados Unidos, el alcalde de Baltimore (Maryland) ha propuesto una medida en tal sentido a la Conferencia Nacional de Alcaldes; a su iniciativa se han sumado los de Minneapolis y Washington, numerosos congresistas y autoridades sanitarias del país. Frente a la política de represión sin matices practicada en los últimos años por la Administración republicana de Ronald Reagan, un nuevo enfoque del problema de las drogas se abre camino en las universidades y en los medios de comunicación. En Londres, un editorial del semanario conservador The Economist propuso recientemente Iegalizar, controlar y desalentar como tres pasos consecutivos para una normalización.
El Gobierno español, en tanto, se ha sumado a los países prohibicionistas de la línea más dura y ni siquiera intenta abrir el debate; las personas que opinan en favor de la legalización son acalladas. En un reciente debate celebrado ante las cámaras de la televisión pública sólo se marnifestaron tímidamente a favor, y con susto, un adicto y un abogado especializado, mientras los ministeriales rebatían fuertemente tal posibilidad.
No se puede decir honestamente que en España el mercado de droga no esté al alcance de todo el mundo. En todas las ciudades hay calles, establecimientos y personas que son tradicionalesi de la compraventa, que se realiza de una manera prácticamente abierta. Algunas operaciones especiales organizan de cuando en cuando una redada, más espectacular que eficaz, de la que se supone que los grandes traficantes están enterados, y horas después todo sigue igual. Nadie que desee el consumo de las tres principales especialidades -marihuana, heroína y la reciente expansión de la cocaína-, más los medicamentos o productos qufinicos alucinógenos, puede tener verdaderas dificultades en su suministro. Esta semitolerancia (como equivalente de la impotencia) se traduce en dos hechos: la carestía y la adulteración. La carestía equivale a una multiplicación por 5.000 del precio desde la materia prima al consumidor; la adulteración produce muertes, muchas de las cuales se disfrazan de sobredosis.
Todo ello forma un conjunto de criniinalidad que no es, sin duda, la más grave de España, aunque sí una de las mayores en número de delitos. Es la necesidad de pagar esos precios la que produce atracos, asaltos, inseguridad, arreglos de cuentas, robos y destrozos en las economías familiares. Además de una inmensa desesperación.
El ejemplo del alcohol
Hay que hacer una distinción capital entre el daño real que produce la droga -otra consideración es la clasificación de ese daño entre las distintas clases de drogas- y la criminalidad formada en torno a su prohibición, de la misma manera que en Estados Unidos se llegó a comprobar que la criminalidad causada por la prohibición del alcohol era superior a los daños que hacía esa droga. No son distintos los traficantes de la ley seca y los de la droga actual: son sus herederos. Simplemente, es la Mafia; habrá pequeñas maflas locales en Colombia o en Afganistán, en Indochina o en Marruecos y en España (que es uno de los países básicos para la distribución en Europa); pero la misma Mafia que después de la prohibición se especializó en sindicalismo, prostitución y juego, y en corrupción política y otros negocios sucios, es la que ahora acapara la droga en el mundo.
Un cálculo aproximado es que los beneficios de quienes están al frente de esa organización suponen unos 100.000 millones de dólares al año. Con ese dinero se puede comprar todo: es superior al de los presupuestos nacionales de muchos países. Las aprehensiones, las penas de cárcel para los intermediarios menores, son riesgos con los que se cuenta. Mucho de ese dinero se blanquea en negocios legales: algunas multinacionales son producto de: ese tráfico. Y otras grandes inversiones ilegales y mortíferas, como parte del comercio de armas, se hacen con el dinero de la droga.
Este inmenso negociose ha levantado en 20 años. En este tiempo ha aumentado el consumo de las varias drogas: en número de personas y en adicción de cada una de ellas. Se puede recordar que la legalización del alcohol en Estados Unidos comenzó a disminuir su consumo, como la de la pornografía en España limitó el interés de los usuarios y el negocio en torno a ella, sin que haya causado ningún destrozo en la sociedad. La droga sí lo produce, y urge abrir un profundo debate para discutir si, admitiendo en todo caso que el consumo de tales sustancias es un mal, su legalización no sería al fin de cuentas un mal menor frente a una situación actual en la que ni la represión de la oferta ni las campañas por,desalentar la demanda han conseguido, a juzgar por todos los datos, más que el crecimiento y la expansión de tan criminal negocio. Una cosa sí es segura: lo de ahora es insostenible.
En cualquier caso, y a la espera de tan necesario debate, lo que sí es, seguro es que España por sí sola no podría dar tan trascendental paso. Se convertiría en. un centro de tráfico para otros países y traería una afluencia de visitantes indeseables. Alijos como el aprehendido por la policía el pasado 7 de mayo en Irún (Guipúzcoa), compuesto por una tonelada de cocaína -que se hubiera convertido aproximadamente en unos 50 millones de dosis-, sobrepasan la capacidad de consumo y muestran que nuestro país es una plataforma de desembarco hacia otros (habría que saber por qué, o con qué facilidades se encuentran aquí los traficantes que no tienen enotros países). El precio de ese solo alijo -unos 15.000 millones de pesetas- enseña también cuál es la envergadura de la mafia que trafica.
Pero si España no podría actuar por sí sola, sí puede influir seriamente en los demás países para que se estudie sincera y claramente la eventual oportunidad de un plan de legalización controlada en un ámbito internacional determinado. Una medida que tendría que ir acompañada, en todo caso, de la creación de instalaciones sanitarias adecuadas para la deshabituación y de todas las; medidas de prevención necesarias para desestimular el consumo. No abrir ese imprescindible debate equivale, en las actuales circunstancias, a cerrar los ojos ante una realidad dominada por el aumento de la criminalidad, el crecimiento de adictos, las muertes por adulteracióny la consolidación de un inmenso poder mafio,so de incalculables consecuencias.
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