Saqueo
Negociaciones entre el subsecretario y los representantes sindicales. Horas de disputas. Café, agua, copas, cientos de cigarrillos. Un complicado regateo sobre una cifra presupuestaria con el fin de que los profesores cobren una determinada cantidad o que el Ministerio de Educación, además de triunfar, ahorre algo a la presión inflacionista. Una pugna dura. Pero una pugna borde. Conducida como si lo único implicado fuera el interés y el orgullo de los debatientes.Entre tanto, cinco o seis millones de alumnos (muchos más millones de habitantes, contando las familias) esperan que la soberbia de una parte, la destreza de otra o el cálculo simbólico de aquél concluyan un equilibrio gracias al cual puedan salir todos ellos dándose palmadas y deseándose salud.
Millones de alumnos sufren un estado de desconcierto y desmoralización que ya no paliará nada. Todo un cortejo de estudiantes quedará irremisiblemente dañado. Clases que no se impartirán nunca, pase de grados sin articulación. Resulta grotesco ver ahora cómo los profesores vuelven un día a la clase tras varios de huelga, atiborran a los chicos a deberes y se van. Parece que así acallan su conciencia para no padecer tanto.
Las partes contendientes padecen. Entre el padecimiento del ministerio, que llama a esto un estricto conflicto laboral, y los sindicatos -probablemente interesados en este aséptico apodo- han convertido su padecimiento en un vicio casi interminable. La perversa duración de la huelga equivale ya a haber defraudado a la población lo que no sólo políticamente sino fiscalmente le corresponde. ¿Es esto el truco de la enseñanza pública? ¿El espíritu regenerador de los socialistas? ¿Se trata de la nueva conciencia social de los sindicatos?
A estas alturas, poco importa a los ciudadanos qué parte de las dos tiene razón. Una y otra se han desacreditado mutuamente con la hazaña de saquear a millones de estudiantes el tiempo, la ilusión y el esfuerzo de un curso entero.
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