Un paisaje hecho trizas
La tercera revolución industrial tiene un precio: Le Pen
"Francia no es la izquierda; Francia no es la derecha. Pretender representar a Francia en nombre de una fracción es un error nacional imperdonable". Estas palabras fueron pronunciadas el 15 de diciembre de 1965, en una entrevista televisada, por el general Charles de Gaulle, presidente de la República. Su doble en 1988 François Mitterrand, ha tardado casi un cuarto de siglo en asimilar aquel principio elemental, que, a su vez, los franceses, que desde la cuna son de derechas o de izquierdas, tampoco encajaron entonces. Hoy tampoco es todo miel sobre hojuelas.
ENVIADO ESPECIALLa realidad es testaruda. Lo que ya se incubaba en la década del boom económico occidental de los años sesenta, lo han elevado estas elecciones francesas presidenciales a categoría de hecho irreversible. Ya desde el pasado 24 de abril, el paisaje político francés quedó hecho trizas. Un coche bomba nombrado Jean-Marie Le Pen, con el polvorín que representa más de un 14% del electorado y las connotaciones de extremismo racista-nacionalista inherentes a este personaje de la vida francesa, descompuso el paisaje político tradicional del país.Si el escrutinio presidencial de 1981 se consideró histórico porque, por primera vez en la vida de la V República, la izquierda alcanzó el poder, la campaña y el resultado final de estos comicios de 1988 no son menos trascendentales.
Los últimos 30 años
Los puntos cardinales de lo que ha sido el devaneo político en los últimos 30 años en Francia son irreconocibles a partir de este 9 de mayo. El gaullismo, que en el Gobierno o en la oposición fue protagonista desde que, en 1958, De Gaulle retornó al poder para fundar la V República, ha muerto. El comunismo ha quedado reducido a una fuerza marginal, sin apenas voz en Francia.Y ha emergido, como un auténtico temblor de tierra, un partido / cajón de sastre, efímero o perdurable, el Frente Nacional (FN), activado por un Superman del machismo político, Le Pen, que ha cuarteado más aún todo el escenario político. El centrismo y liberalismo agrupados en lo que se denomina Unión por la Democracia Francesa (UDF), ya debilitado frente al neogaullismo del RPR chiraquista, se ha espantado. Y el Partido Socialista (PS) fundado por Mitterrand en 1971, plataforma de su ascensión hasta el poder, ocho años después de su victoria destinada a "cambiar la sociedad francesa", se repliega izando la misma bandera de De Gaulle: el rassemblement del mayor número posible de franceses. Mitterrand ya no habla de socialismo, ni de socialdemocracia. Se ha quedado en lo que fue siempre: un demócrata.
Francia, sobre el papel, queda convertida en una sociedad moderna con sus ventajas y desdichas. Estas elecciones han sido una bofetada definitiva a la ideologización a tumba abierta que representaba el Partido Comunista Francés (PCF) en sus tiempos de esplendor, forzando al tiempo la radicalización del socialismo.
Francia comienza ahora la adecuación de su estructura política a los cánones que impone la sociedad que surge de la civilización de la tercera revolución industrial, de la comunicación de manera más determinante.
La modernización de los países superindustrializados conlleva lo que ha dado en llamarse las sociedades duales. Esto es, una fracción de la sociedad, porque es dirigente o porque se aprovecha de la evolución, tiende a simplificar la vida política mediante el bipartídismo. Los otros, los emigrados, los parados, los excluidos, los angustiados por mil razones distintas, son los votantes de los partidos marginales, y de Le Pen en particular: para protestar o porque se identifican con los valores tradicionales que arrasan la modernidad.
La evolución de la sociedad política ya era palpable hace años, pero ha hecho falta que se hundieran los dos titanes (gaullismo y comunismo) para que el socialismo se realizara al margen del ensueño ideológico y se forzara la creación de otra fuerza conservadora liberal que equilibrase el juego democrático. Pero, al tiempo, por las razones sociológico / industriales precitadas, Le Pen ha aparecido como un perturbador absoluto.
Derecha descompuesta
Sus efectos devastadores afectan el espectro político liberal conservador. En lo que queda de gaullismo en primer lugar. El RPR, hasta ayer apiñado en torno a su líder, Chirac, queda dividido dramáticamente: Charles Pasqua, el ministro amado por el Gobierno socialista de Madrid (porque les entrega vascos sin requisitos legales), no tiene reparos en reconocer a Le Pen. Otra tendencia tiene como figura sobresaliente al ministro de Comercio Exterior, Michel Noir, que llegó a decir refiriéndose a Le Pen: "Si para ganar las elecciones hay que perder el alma, es preferible perder las elecciones". Y Chirac, quien desde hace dos años, como primer ministro, ha coqueteado con el liberalismo de la mano de su ministro de Finanzas Edouard Balladur, quizá se ve aforzado a una travesía del desierto.
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