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La lenta agonía de Pedro Arrupe

Juan Arias

En la casa del Papa negro, la curia generalicia de la Compañía de Jesús, el ex General español padre Pedro Arrupe, de 80 años, que fue el símbolo de la renovación jesuítica posconciliar, sigue apagándose en el silencio de su humilde habitación, con serenidad franciscana.Arrupe participó, ya como General (había sido elegido piara el cargo en 1965), en la sesión cuarta del Vaticano II y en cuatro sínodos de obispos. El rumbo que tomó la Compañía en la década de los 70, cuya misión eclesial se concretó como "servicio de la fe y promoción de la justicia", provocó sucesivos llamamientos al orden desde el Vaticano. La desinhibición de la Compañía se hizo patente en las dictaduras latinoamericanas, en los barrios obreros de muchas capitales y en las avanzadas posturas teológicas de muchos jesuitas.

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Finalmente, pese al carácter vitalicio del cargo, y tras haber gobernado a la más importante congregación de la Iglesia católica con mano férrea, Arrupe presentó en 1980 a Juan Pablo II su dimisión, que no le fue aceptada.

Un año después sufrió una hemiplejía, y su estado de salud comenzó a deteriorarse, lo que le llegó a impedir comunicarse y motivó su internamiento en la curia generalicia. Tras ser elegido en 1983 en Roma su sucesor, el holandés padre Kolvenbach, Arrupe sufrió en 1985 una grave recaída, con pérdida parcial de conciencia, de la que ya no se ha recuperado.

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