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Los jesuitas mantienen su apuesta por el Concilio Vaticano II 25 años después de su apertura

Juan Arias

La Compañía de Jesús destaca de modo particular dentro del sector de la Iglesia que acogió el Concilio Vaticano II como un momento de gracia para una profunda reforma y modernización. Veinticinco años después de la apertura de la asamblea eclesial, el jesuita español José Luis Fernández Castañeda, que fue superior provincial en Perú en los años de efervescencia de la teología de la liberación y está ahora encargado de los problemas de América Latina meridional en la cúpula de la orden en Roma, afirma que el concilio ha sido para él, para la vida religiosa en general y en particular para los jesuitas, "un regalo de Dios".

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La Compañía de Jesús está regida actualmente por el nuevo Propósito General, el padre holandés Peter Hans Kolvenbach, que vivió en Líbano, un fiel seguidor del surco profético abierto por el padre Arrupe. El general gobierna desde la curia de Roma, frente a los palacios apostólicos del Papa, con la ayuda de sus consejeros generales, a los 18.834 jesuitas distribuidos en 1.848 casas por todo el mundo.El padre José Luis Fernández Castañeda, nacido en Madrid pero residente durante largos años en Perú, donde llegó a ser Superior Provincial en los años de efervescencia de la Teología de la Liberación, es el asistente que se encarga de los problemas de América Latina meridional y, concretamente, de dos puntos estratégicos: Brasil y Perú.

El padre Castañeda habla con gran libertad de espíritu, con la competencia y autoridad que le proporciona su observatorio dentro de la Compañía y su profunda experiencia pastoral anterior.

El Concilio ha sido para él, para la vida religiosa en general y en particular para los jesuitas "un regalo de Dios". "El Concilio", dice, "cambió las relaciones de la Iglesia con el mundo y nos enseñó a los religiosos a encarnamos en la historia cotidiana de los hombres".

De ahí que no se planifique hoy ninguna acción pastoral sin que previamente se haga "un análisis a fondo de la realidad", porque "la vida religiosa no se vive en la estratosfera. Dios es el Señor de la historia".

"Profetas"

Una cosa ha quedado clara después del Concilio: que los religiosos deben ser "profetas" frente al mundo. "Por eso", añade, "es inútil que se quiera enmudecer al profeta, porque equivaldría a matar la vida religiosa".A su juicio, el Concilio no ha hecho otra cosa que recordar a los religiosos una verdad muy antigua: "La vida religiosa primitiva nació como una actitud crítica desde Dios". Es algo que empezó cuando el emperador romano Constantino introdujo a la Iglesia cristiana en un nivel sociológico y de poder. En aquellos albores del cristianismo, dice el padre Castañeda, los que no estaban de acuerdo, los críticos, "se iban como protesta al desierto. Así empezó la primera vida religiosa". Y añade: "Ahora no nos vamos al desierto, sino a las favelas, con los más pobres, y es mejor porque así nos metemos más en la historia". Y hemos palpado que los pobres nos acercan más a Dios. "Cuando se vive en un barrio codo a codo con los más pobres se siente a Dios más cercano".

Las jóvenes vocaciones, que hoy llegan a la Compañía de Jesús procedentes en su mayoría de las comunidades populares, sienten muy fuerte esta atracción del servicio a los pobres. Y, curiosamente, mientras son enormemente más exigentes en su voto de pobreza, lo son también en la necesidad de una oración más profunda. "Hoy un joven no se haría jesuita", dice el padre Castañeda, "para ser un brillante profesor de colegio o universidad, pero tampoco para dedicarse exclusivamente a la oración. Las nuevas vocaciones quieren conjugar una vida apostólica activa, al lado de los más necesitados, con la dedicación a la contemplación, y sufren cuando no la encuentran".

En América Latina los jesuitas y religiosos en general han aprendido un sentido profundo de la hermandad y de la acogida mutua. "Antes", dice el padre Castañeda, "un seglar no podía entrar en nuestro comedor. Ahora, si llega un campesino no sólo se sienta a la mesa con nosotros, sino que se queda a dormir en casa, si lo necesita. Y eso nos lo han enseñado ellos. Si vamos a su casa, tenemos que estar atentos porque son capaces de matar para nosotros la única gallina que tienen". El pueblo latinoamericano ha enseñado en muchos casos a los religiosos uno de los signos proféticos de la vida religiosa: "Entre ellos", dice, "existe mucha más solidaridad que entre nosotros".

Las disputas sobre la Teología de la Liberación en América Latina se van atenuando. Hay mucho trabajo y cada vez menos tiempo para la teorización. "Pero yo creo que hay cuestiones que pueden ser discutidas en tomo a la Teología de la Liberación y que comienza a aceptarse que la fe tiene que tener una dimensión social".

Desde aquel campo inmenso de trabajo, los debates de Roma se ven sólo como una "cuestión académica". Por una parte, vienen porque no impiden seguir trabajando en libertad, aunque según el consejero jesuita a veces es demasiado el desinterés que se muestra por Roma y por Europa, y puede caerse en un antiintelectualismo que puede conducir a la manipulación.

Recuerda que, por ejemplo, durante el primer viaje del Papa a México, en las reuniones del episcopado latinoamericano de Puebla, muchos no querían aceptar la terminología "fe y cultura". Se prefería la de "fe y justicia", que parecía más progresista. Y ahora, sin embargo, se empieza a entender mejor, dentro mismo de la Teología de la Liberación, que no es posible la realización de una verdadera justicia si se descuida el elemento cultura.

Aunque aún siguen en pie no pocos prejuicios en campo conservador: "Cuando saben que vienes de América Latina", dice, "sospechan de ti, como si fueras un guerrillero que tienes la ametralladora debajo del sobaco".

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