Leyendas
¡Por favor, un poco de seriedad cívica! ¡Resistamos a la tentación de morirnos de risa con el pretexto de que no queremos morir de aburrimiento! Me dirijo a vosotros, los que, apenas enjugadas las lágrimas festivas provocadas por quienes descubrieron la (indudable) genialidad de Gurruchaga gracias a la réplica enana de Felipe, os veis obligados a más carcajadas ante las declaraciones del nuevo secretario de la Conferencia Episcopal, directamente inspiradas por el Espinete Santo. ¿No os da vergüenza? Nada de malo tiene cierta algazara -hasta su nombre es bonito- ni un reconstituyente cachondeo, pero a este paso vamos a olvidar el hábito de combatir positivamente en la arena pública en lugar de esperar que los demás nos diviertan con sus epilepsias ideológicas. Dentro de poco sólo van a quedar dos grupos no oficiales convocación de lucha política en el Estado: el de quienes consideramos imprescindible una asociación contra la tortura y el de quienes consideran imprescindible la tortura. Hay que repartir más cartas y sacar a la palestra nuevos banderines de enganche, que para eso está de moda -¡y que sea por muchos años!- la sociedad civil. Menos juerga y más participación, tal es mi ruego.Proponemos, pues, un nuevo grupo de acción ciudadana (el plural del verbo es, por el momento, mayestático, pero para algo vivimos en una monarquía), dedicado a la guerrilla ideológica y a la descontaminación retórica del ecosistema que habitamos. Su nombre, que lo dice todo sin comprometerse demasiado, será éste: Amigos de la Leyenda Negra, cuyas siglas podrían propiciar rótulos varios, entre los que destacan hasta ahora AMILENA (favorito de los milenaristas y de los aficionados a Kafka) y AMILEGRA (que hace más hincapié en lo combativo y negro de la asociación, pues puede sonar como "¡a mí Legrá!"). Faltan todavía por precisar los estatutos, sede social, cuotas, etcétera, por lo que, a la espera de la primera asamblea plenaria de dos o más miembros, todo lo que aquí se dice debe considerarse democráticamente revisable. Confiamos conseguir el apoyo de alguna figura ilustre de la intelectualidad que pueda brindar su reclamo a la iniciativa, por lo que se ha intentado el acercamiento a Rafael Sánchez Ferlosio (quien de momento permanece esquivo, altivo y egregio ante tales arrumacos).
No hay por qué ocultar que el motivo inmediato de nuestro movimiento es la efeméride del V Centenario del Descubrimiento, la Conquista, la Invención, el Tropiezo -o lo que sea- de América. Pero nuestras miras son más amplias y no queremos dedicarnos al monocultivo de una enemistad, pudiendo granjearnos tantas como están a nuestro alcance. Los Amigos de la Leyenda Negra vamos contra toda exaltación histórica o mítica de cualquier pueblo, nación o identidad colectiva con vocación estatal. Nuestros adversarios son los apologetas de las "unidades de destino en lo universal", sea la cristalización de ese "destino" guerrera, cultural, religiosa, revolucionaria o como fuere. Pretendemos denunciar cuanto contribuye a ocultar el carácter convencional y arbitrario de los grupos humanos instituidos bajo "esencias" con semieterna personalidad propia, valores y méritos sobrehumanos, desventuras o proezas legendarias, etcétera. Procuraremos ser odiosamente imparciales, denigrando tanto al fanfarrón imperialista como al victimista rumiante de agravios seculares, no menos alfan de conquistadores y jesuitas que a la grupie de los indios expoliados, lo mismo al ceñudo guardián de la unidad sagrada de la patria que al caradura que se proclama víctima de un genocidio con la boca llena de cogote de merluza.
¿Nuestro modo de acción? Aquí está, en dos palabras. En este período de general y retrógrado progresismo, no dudaremos en proclamarnos abiertamente reaccionarios: es decir, que sólo intervendremos por reacción o a la contra, nunca en forma de agresión gratuita. Nuestra misión justiciera es castigar al lenguaraz, no promover la discusión sobre trivialidades. De modo que esperaremos a que el entusiasta de turno comience a vocear legitimaciones históricas, derechos inalienables, favores nacionales a la humanidad o trágicas esclavitudes populares para hacernos oír. Como advertencia, le murmuraremos al oído o le haremos llegar en un discreto billete nuestro lema ominoso destinado a helarle la saliva malgastada: "No me tire usted de la lengua". Si reincide, seremos implacables. Toda la leyenda negra de la nación o nacionalidad vitoreada será exhumada sin piedad, aireando sus más vergonzosos y aberrantes detalles. Tomaremos nuestra información de lo que los enemigos de dicha colectividad sostienen sobre ella, pero también inventaremos sin demasiados remilgos lo que haga falta, siguiendo el principio de que cuanto de malo se afirma de un grupo humano nunca puede ser completamente falso. Una fracción disidente de los Amigos pretende especializarse en el ensalzamiento metódico del adversario aborrecido: es decir, basta que frente a ellos un nacioestatista se ponga a maldecir contra el nacioestatismo de su enemigo para que las gestas insuperables de éste sean celebradas con el mayor bombo. Esta última táctica exige mucho tacto, porque se corre el peligro de ser confundido de hecho con los apologetas sinceros de la otra nacionalidad.
¿Hará falta decirlo? A fin de cuentas no se trata de establecer ninguna Verdad -con mayúscula- sino, más humildemente, de incordiar al prójimo tal como éste nos incordia. Ninguna de las pocas verdades indiscutibles que se conocen en el terreno histórico apoya las hagiografias nacionales, sino que inducen a aborrecerlas todas por igual. Es probable que cierto tipo de adhesión ingenua y folclórica a identidades colectivas sea inevitable, por lo que nada diremos contra el fervor que despiertan los equipos deportivos, clubes filatélicos y la gastronomía regional. Amigos de la Leyenda Negra va contra los funcionarios de la peculiaridad abanderada, contra los burócratas de la conmemoración inolvidable, contra los cabecillas de la neurosis diferencialista, contra los caciques neofeudales del anticentralismo y contra los neojacobinos del centralismo sagrado. A los demás les perdonamos, que bastante tienen con lo suyo. Parafraseando la cita de Mark Twain inventada por Borges, no nos preocupa saber si un hombre es blanco, negro, indio, europeo, catalán, vasco, gallego o español: nos basta con saber que es hombre, pues nadie puede ser nada peor.
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