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Educación

Hay ministerios ambiguos de los que se puede esperar el bien (individual) o no se puede esperar nada, y ministerios positivos de los que cuesta esperar el mal. El Ministerio de Educación es de este orden. A primera vista parecía difícil que aquel agradable equipo de intelectuales socialistas trajera este desaliento. Pero ahí está. El desarreglo de las aulas, la garrulería de las calles.Pese a la eminencia de las ideas, su gestión ha traído un estado de mediocridad y confusión incompatible con la ilusión de ver transformada la enseñanza para los españoles. Seis años después de que este grupo de gente lúcida y amena pretendiera construir un modelo educativo eficaz, el futuro sigue sin alicientes. Cada vez más, quien puede saca a sus hijos de la enseñanza estatal, y, como antes, el universitario que aspire a una formación de competencia internacional debe pensar en salir de España. Cierto que las reformas en la educación requieren años. Pero eso le sucede a las inversiones ferroviarias. La diferencia es que mientras hay pronósticos sobre un incremento en la velocidad del tren, no los hay sobre un aumento en la calidad de la enseñanza.

Los profesores tienen razón cuando alegan que cobran poco. Es propio de un país atrasado o sin conciencia del valor de un maestro degradar esa profesión con sueldos míseros. En la estima social y en la autoestima es decisiva la remuneración, y la falta de incentivo es un agravio que acaba desplazándose sobre el alumno. Es absurdo suponer que los responsables del ministerio no sean conscientes de ello. Lo son. Pero el ministerio parece haber sido tan inhábil en la gestión como en la comunicación. Todos sus conflictos han sido mal interpretados por la opinión pública y apuradamente resueltos. El fin de esta huelga con o sin el aumento que reclaman los profesores puede estar próximo. Sin embargo, es ya difícil evitar la impresión de que la escuela pública española se acerca a una institución benéfica. Buena, en suma, para quien no puede pagar algo mejor.

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