Señora presidenta
Los franceses eligen mañana a un jefe de Estado y a la 'primera maniquí' del país
ENVIADO ESPECIAL, Que éste es un país tirando a latino y a macho queda probado una vez más; un hecho de actualidad fresca y otro cuasi histórico desa tan la lengua de los medianomenclaturistas, como ya se ha, bautizado aquí a los miembros de la medianomenclatura (el poder de los medios de comunicación). Se rememora aquella frase célebre, cerilla de un incendio de irónica risa nacional, del líder comunista Georges Marchais, dirigida a su esposa, Liliane, cuando, en 1978 descansaban en Córcega. En París, Mitterrand, con una declara ción, colocó en trance rabioso Marchais, que, sin más, le espetó a su mujer: "Venga, Liliane, haz las maletas y regresamos a París". Machismo latinomarxista/ leninista.Días pasados, en un mitin de su campaña, Chirac apareció con su esposa, Bernadette, que, de entrada, se convirtió en el ídolo de los neogaullistas presentes Chirac resistió hasta que pudo, y estalló, delicada y firmemente: "Esto me parece bien, pero basta: el candidato soy yo".
El deber de la moda
En la práctica, cada señora del presidente de turno, al margen de sus obras sociales o caritativas, se convierte en la maniquí más mimada de la alta costura francesa. Incluso Danielle Mitterrand, mujer austera, inclinada al puritanismo, laica de raza, intransigente con sus principios, militante a tumba abierta en favor de los derechos humanos en el mundo, acabó por convertirse en el estandarte del prestigio de la moda francesa. Hasta tal punto es celosa de su deber que, ante cada periodista, lo primero que aclara es el nombre del modisto que la ha disfrazado. Todos, desde Yves Saint Laurent, que debe ser su preferido, la tildan de maravillosa para la labor, porque su silueta fina parece hecha y mantenida a lo largo de sus 44 años de matrimonio con Mitterrand para desfilar.Danielle, la candidata / presidente, de las aspirantas a ocupar el palacio del Elíseo (odiado por todas las que han sido y las que serán probablemente: seis habitaciones, 400 metros cuadrados), es la más profundamente militante de todas. Secreta, audaz siempre, tímida en apariencia, su sed de justicia ha alimentado su carácter y, llegada la circunstancia, también sus dimes y diretes asero-ideológicos en la época de la IV República, cuando su mando fue ministro 11 veces. A Danielle no le apetecían las curvas y contracurvas de la trayectoria política del Miterrand que se aliaba con todo el abanico político si la necesidad apuraba.
De ordinario, está "en su sitio", pero si el momento cuadra, su carácter e intransigencia plantan cara. No hace muchos meses, en tiempos ya de la cohabitación Chirac-Mitterrand (ella nunca llegó a trabar lazos con la esposa del primer ministro, Bernadette, salvo que se cruzaban alguna vez en la misma peluquería, de Claude Maxim), le declaró a un periodista que el Gobierno Chirac gobernaba al tun tun, y que "François sí que tiene una política". Mitterrand, a lo macho, reaccionó mal y dijo públicamente que "eso no tiene que repetirse". Parece ser que en el Elíseo hubo palabras. Ahora se dedica con entrega apasionada a su, fundación proderechos humanos, France-Liberates. Y se redefine ante la elección inmediata: "Tanto si François gana o no un segundo septenio, yo sí que seré presidenta de mi fundación".
Bernadette de las maletas
El otro carácter de las aspirantes a maniquíes del bien vestir y oler francés es la alcaldesa-primera ministra, Bernadette. Pertenece a un mundo distinto, su vida es otra, pero, cuando se planta, hasta Chirac le escucha (el líder gaullista no tiene la fama donjuanesca de Mitterrand, pero se cotorrean cosas). Y esto, aun declarándose protagonista emocionada de la historia de las maletas, que da mucho que hablar, cariñosamente, entre el mundo del chiraquismo.Resulta que hacer las maletas es la especialidad de Bernadette, y ha pasado su vida con Chirac ejercitándose, con más deleite cada día. Ella misma cuenta, chispeando satisfacción y seguridad en sí misma, que un día Chirac la llamó para que regresara de Correza (donde poseen un castillo) para hacer las maletas. No faltaba más. Bernadette llegó a París, hizo las maletas y, como Chirac es muy meticuloso en estos terrenos, como de costumbre comenzó a revisar el contenido de las maletas, cambiando un pantalón por otro, una camisa de tal color por la más a su gusto del día, hasta que la amorosa labor de su mujer quedó desbaratada.
Bernadette es más que la señora de las maletas. A su marido le obliga a hacer gimnasia a diario, y un día de 1972 también se le plantó porque ya estaba harta de ser "la mujer de Chirac". Y decidió volver a los estudios para licenciarse en arqueología. Su marido se enflamencó y Bernadette se despachó con lengua desenfrenada para concluir: "Amigo mío, ya está bien, yo soy lo bastante mayor como para arreglármelas por mi cuenta".
Ya pasaron los primeros tiempos, en los que aborrecía la política. La primera vez que fue primera ministra, en 1974-1976, le dolió abandonar el cargo "y evitaba pasar con el coche por delante de Matignon", la sede-vivienda del jefe de Gobierno. Ahora dice que considera el ayuntamiento como su casa, y si el Elíseo lo vaciaran los Mitterrand, qué alegría para ella, no se diga para Chirac y para sus dos hijas, Claude y Laurence.
Si un cataclismo no lo remedia, Eva Barre, esposa de Raymond Barre, nacida en Budapest y divorciada de un primer marido, es la que tiene menos posibilidades de llegar a maniquí de lujo en el Elíseo.
La perspectiva de la presidencia a estas alturas (35 años de matrimonio y dos hijos que la insultan, por su meticulosidad, con el mote de madre gendarme) le halaga. Eso sí, ya tiene metido en la cabeza que no jugará "ningún papel oficial".
Una de sus amigas y fans la define así: "En casa de los Barre, éste decide y Eve recorta las caricaturas que publican de ella y de su marido, y las fotografías que le interesan".
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