Madrid en sombras
El pueblo de Madrid, polimorfo y multirracial, ha incorporado a lo largo de su ajetreada historia a cuantos invasores hollaron sus contornos con la milenaria táctica de dejarlos entrar y capturarlos más tarde como rehenes de la ciudad. Sus murallas, por mucho que se excaven, nunca fueron gran cosa, y, tras los árabes, se contentaron con ser simbólico cinturón de adobe perforado por numerosas puertas. De su escasa vocación defensiva pueden dar cuenta el número y la grandiosidad de sus puertas en comparación con el escaso fuste de los muros, debilidad que tuvo que pagar la madrilefla hueste levantando, a falta de bastiones, barricadas para repeler la única invasión que quiso resistir encarnizadamente, la de las sangrientas hordas del superlativo general, que, para no contaminarse en la urbe maldita, instaló sus cuarteles para un perenne invierno de 40 años en los cercanos montes de El Pardo.Singular injusticia es que, además de pechar con tan devastadoras legiones y sufrir el expolio y el martirio de los nuevos centuriones, tuvieran que cargar los madrileños con el sambenito de centralistas, gubernamentales o fascistas, apellidos de sus opresores llegados desde todos los confines del imperio.
Tales infundios calaron en el corazón de miles de madrileños progresitas que negaron tres veces su madrileñidad antes del alba del 20 de noviembre y buscaron en los carnés de identidad de sus progenitores raíces catalanas, vascas o gallegas para no ser confundidos con la espesa y municipal canalla de los invasores.
Mudaron los tiempos y, superado el oprobio, los madrileños se sacudieron el yugo y borraron de sus frentes el estigma ceniciento de la larga cuaresma para entregarse a un alegre carnaval, baile de máscaras y de crestas, simulacro posmoderno y pasarela de un prèt-á-porter con pretensiones de vanguardia.
Y ya que no Siglo de las Luces, aquellos fueron años de neón, no década prodigiosa, sino avance de la temporada de primavera. Ha llegado el verano y aunque agostadas algunas luminarias, movidas y zarandeadas, esquilmadas en una cosecha excesivamente temprana, la cantera madrileña muestra interesantes vetas que, si nadie quiere convertir en filones de explotación rápida, auguran un futuro prometedor.
Pese a su inicial entusiasmo por las señas de identidad, los madrileños no han sido presa fácil de los localismos nacionalistas y nadie enarbola la bandera de las siete estrellas para romper crismas infieles o guiar a los aborígenes a la lucha por la independencia, en realidad, la heptaestrellada se enarbola más bien poco y por cuestiones de protocolo, y la única guerra de las banderas se despliega en el terreno doméstico de las competencias municipales y autonómicas compitiendo a veces por el mismo mástil en pugna incruenta.
Pero no debe confundirse esta parsimonia de los madrileños con el tema de su autonomía con el conformismo y la resignación ante los inauditos recortes en sus competencias, ante el agravio comparativo que se ejerce contra esta naciente comunidad uniprovincial, única, autónoma por antonomasia porque para que las demás autonomías dejen de depender de Madrid es necesario que Madrid tenga su independencia propia. La paciencia de los madrileños es larga y sus espaldas anchas y dispuestas para Nevar pesadas cargas, pero que nadie abuse de su tolerancia porque cuando el pueblo de Madrid olvida sus buenas maneras y decide tirar por el camino de en medio, las consecuencias pueden ser terribles, y si no, recuerden el mayo del 1808, sangrienta efeméride que va a cumplir su 180º cumpleaños.
Madritelevista
Muchos son los motivos de agravio, pero hay uno que, sin ser el más acuciante de todos, es el que ha hecho saltar la sangre de las viejas cicatrices, y ese tema es la ausencia de una TV3 o de una Madritelevista capaz de negociar la retransmisión para la provincia del derby Real Madrid-Atlético de Madrid, evento escamoteado a los aborígenes seguidores de ambos equipos y que sólo pudieron ver los telespectadores catalanes, en un acto de refinada venganza contra la opresión centralista. Existen precedentes similares, como un partido del Real Madrid de baloncesto retransmitido en exclusiva para Galicia y otros, pero el escamoteo de un duelo de clarísimo color local para refocile de culés y periquitos es una ofensa imperdonable.
¿Para cuándo una televisión autonómica que permita ensombrecer Cataluña para ofrecer un Barcelona-Español, Euzkadi para un Athlétic-Real Sociedad, o Galicia para un Celta de Vigo-Deportivo de La Coruña?.
Ésta es una pregunta que las autoridades autonómicas deberían responder si no quieren ver nacer en lo solares innúmeros de la urbe los brotes de un nacionalismo feroz y relvindicativo. Claro que, a lo mejor, eso es lo que quieren nuestros gobernantes y, en ese caso, no tendría más remedio que darles mi más cordial enhorabuena.
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