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"Me gusta hablar con los franceses"

Mitterrand redondea su imagen de presidente unitario y paternal

Lluís Bassets

"Me gusta hablar a los franceses. Me gusta estar con ellos. No me reprochen que quiera estar todavía un momento más viviendo juntos para el buen servicio de Francia, de mis amigos los franceses". Estas palabras son del presidente de la República y candidato a seguir siete años más al frente del Estado, François Mitterrand. Fueron pronunciadas en la noche del pasado jueves, en una entrevista de casi dos horas en televisión, en la que logró agotar con eficacia los registros de la comunicación política.

Difícilmente se puede ir más lejos en la elaboración de una imagen de presidente de la unidad, de tranquilo y sabio padre de la patria y de prudente consejero, atemperador de los malos humores de los combates políticos.Mitterrand se presentó como socialista y no ahorró nuevos ataques contra los neogaullistas de Jacques Chirac, aunque endulzó el vocabulario. Cultivó con ello a su electorado, el electorado de izquierdas. Reconoció, sin embargo, que la experiencia le ha llevado a modificar su visión de las cosas. No repetirá los errores de 1981: no habrá 110 propuestas socialistas, muchas incumplidas; no habrá tampoco nuevas nacionalizaciones.

Se presentó también como el único candidato capaz de proponer una política de unidad y de romper la bipolarización entre derecha e izquierda, el sectarismo y la ocupación del Estado por el partido vencedor.

Su balance de los dos años de cohabitación con el Gobierno conservador de Jacques Chirac acredita su habilidad de moderador, pero en su balance de los cinco años de Gobiernos socialistas se presenta también como la voz templada que fue capaz de evitar los enfrentamientos. Cultivó con ello al electorado centrista.

Reivindicó calurosamente su protagonismo en la construcción de Europa. Admitió que todos quieran ser europeístas, pero utilizó la primera persona para apuntarse, junto con el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, y con el canciller de la RFA, Helmut Kohl, todo el mérito del ambicioso proyecto del mercado único de 1992.

Frente a esta tripleta europeísta, Mitterrand presentó a Margaret Thatcher, lo más próximo al conservadurismo de Jacques Chirac, como expresión de la falta de fe europeísta, o, en cualquier caso, de una Europa preocupada de la libertad de mercado, pero no de la política social o de los desequilibrios regionales.

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No evitó el cuerpo a cuerpo ni las asperezas de las polémicas electorales, aunque aseguró que no ataca ni piensa atacar a las personas, sino a los programas, las declaraciones, los proyectos. Los otros, en cambio, le tratan "a ras de suelo", se ocupan incluso de su rostro: "Es la acusación permanente. Hasta llegar a estas últimas reflexiones sobre el supuesto maquillaje que me habrían puesto en el rostro".

Habilidad y seducción

Pero en cuanto tuvo delante a un oponente tan correoso como el ministro de Cultura y dirigente del Partido Republicano, François Léotard, invitado sorpresa al programa, que le calificó como el político con menos autoridad para unir a los franceses, el viejo zorro seductor no se limitó a responder con habilidad a sus reproches, sino que le espetó, comprensivo y paternal: "Si yo pudiera convencerle en 10 minutos, estaría en el límite de la genialidad. Pero no pretendo hacerlo, Yo le diría sólo una cosa para terminar nuestra entrevista: Confíe usted en mi".En el final de la entrevista, François Mitterrand se giró hacia las cámaras, buscando el oficialismo del encuadre presidencial, para desear felices Pascuas a los ciudadanos franceses, tras evocar la belleza de las reuniones familiares y de recordarles el significado de estas fiestas judías y cristianas.Sucesivamente socialista, presidente, político unitario y profeta europeísta, Mitterrand adoptaba así los hábitos del abuelo que desea felicidad a sus nietos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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