La muerte química
LA GUERRA entre Irak e Irán ha entrado en las últimas semanas en una nueva fase, la de la guerra química, cuyas implicaciones inmediatas, al igual que anteriores extensiones de la contienda, son tan terribles desde el punto de vista humano como inútiles en el plano político. Forma parte, en cualquier caso, de la estrategia de Bagdad orientada a forzar a Teherán a sentarse a la mesa de negociaciones.Cuando Irak invadió Irán, hace ocho años, confiaba en imponer un arreglo político relativamente rápido que liquidara el jomeinismo agresivo. En los meses anteriores, la república islámica shií había apoyado todos los intentos de desestabilización del régimen de Sadam Husein y habría visto con buenos ojos la revuelta de la mayoría shií en el vecino país contra la dominación de un sistema básicamente laico, pero apoyado en la población del islamismo suní. A los pocos meses de comenzada la contienda se podía considerar fracasada la iniciativa iraquí y se entraba en una guerra de posiciones en la que la iniciativa pasaba a Teherán, mucho mejor dotada en recursos humanos. Desde entonces se han sucedido las extensiones de la guerra a nuevos frentes, acompañadas de ofertas de negociación, siempre por parte de Irak, a quien no puede interesar una instalación indefinida de los combates, terrestres.
Así, Irak llevó primero la guerra al Golfo con la esperanza de que, merced a su superioridad aérea, estrangularía económicamente a su enemigo, dependiente de las exportaciones de petróleo por esas aguas. Ello provocó el envío de fuerzas navales norteamericanas y de otros países occidentales en 1987, lo que contribuyó a estabilizar el peligre, para la navegación internacional en unas cotas que el Lloyd's de Londres no considera intolerables. En el momento actual se puede considerar, por tanto, fracasada la tentativa iraquí de forzar por esa vía el inicio de negociaciones para una paz sin vencedores ni vencidos. De la misma forma, durante 1987 comenzó la guerra de las ciudades a iniciativa también de Irak, que con el bombardeo por medio de misiles de objetivos urbanos iraníes esperaba forzar a Irán a una paz que el jomeinismo rechaza si no hay compensaciones políticas. Esta fase de la contienda prosigue a rachas en la actualidad, pero la capacidad iraní de responder al misil con el misil ha conducido también a su estabilización.
La última extensión de la contienda, la utilización de armas químicas por parte de Irak para frenar una penetración iraní en el frente kurdo del norte, ha comenzado hace unas semanas, provocando miles de muertos civiles. Sin embargo, sus efectos puramente militares no parece que vayan a tener mayor influencia sobre la continuidad de la guerra que - los intentos precedentes. Irak ya había recurrido con anterioridad, ante la relativa pasividad de la comunidad internacional, al empleo de armas químicas para detener una de las ofensivas iraníes. Bagdad negó inicialmente que hubiera recurrido a esa tecnología, expresa mente prohibida por el carácter indiscriminado de sus efectos. Ahora no sólo no lo niega, sino que sostiene que todos los medios son lícitos para defenderse de la agresión iraní. Y ello se produce, una vez más, ante la indiferencia internacional, incluyendo, por supuesto, la de los países que producen esas armas químicas para que en lejanos territorios las gentes mueran sin saber por qué. Las televisiones del mundo civilizado reproducen la diaria carnicería como si de un fenómeno meteorológico se tratara, y ninguna iniciativa eficaz es adoptada por los organismos internacionales.
La comunidad internacional ha de dejar oír su voz contra esta fase de la extensión de la contienda por parte de Irak, que, por otra parte, es de seguro tan inútil como las precedentes para persuadir a Irán de avenirse a la paz. De igual forma, la obstinación de Teherán en obtener una victoria política, que identifica con el reconocimiento por la ONU de que la agresión había partido de Bagdad, y cuya última manifestación ha sido su ruptura de la tregua de tres días propuesta por Irak, hace al fundamentalismo jomeinista igualmente culpable en el sostenimiento de una de las carnicerías más insensatas que ha conocido el siglo XX.
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