Falso
¿Estamos seguros de la autenticidad de todos los lienzos del barón Thyssen? ¿No existirá en la colección un falso Gauguin, un Degas fraudulento, un Braque de aquel Elmir de Hory nútificado por Orson Welles, impresionistas del marchante Legros? ¿Ni siquiera uno de esos cientos de Modiglianis, Matisses y Cézannes que esta misma semana admitió haber falsificado el canadiense Real Lessard? ¿Sería mucho pedir que sometieran los fondos del barón a las mismas pruebas de autenticidad que soporta el Santo Sudario de Turín?No es que dude del ojo artístico o de la palabra aristocrática del marido de Carmen Cervera. Busco falsificaciones en la colección Thyssen por patriotismo. No para devaluarla, sino para revalorizarla aún más. Un impostor famoso le daría a la colección el necesario toque de neomodernidad ochental. Si apareciera un Magritte de Hory, un De Chirico pintado por Magritte, o uno de aquellos De Chiricos falsificados por el propio De Chirico, las colas de¡ palacio de Villahermosa llegarían hasta el Reina Sofia. Y sencillamente porque en estos tiempos lo falso fascina más que lo real. Ahí está la última moda artística de París: comprar falsos lienzos con el certificado de garantía del impostor; televisar a los plagiarios de Modigliani; agotar el libro del tal Lessard, el amor por lo falso; sacralizar y votar a los imitadores políticos.
Es lo que pasa por dar beligerancia a los filósofos del simulacro y de la repetición, o a los chicos del neo-neo. Lo falso se impone a lo auténtico. En la década de la sacarina, los efectos especiales, las prótesis y los remakes, el negocio se traslada de la producción a la reproducción. El sucedáneo desplaza a la materia prima. Los copistas superan al modelo: Lessard a Modigliani, Mitterrand a De Gaulle. Por eso me asusta tanta autenticidad en la colección Thyssen. ¿No habría manera de neomodernizarla atribuyéndole un auténtico Braque a un famoso impostor? Qué mejor respuesta a la moda de lo falso que falsificar al falsificador responsabilizándolo del lienzo original.
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