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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guau, guau

LA MASCOTA que creó el diseñador Javier Mariscal para los Juegos Olímpicos de 1992 ha levantado una considerable polémica, tanto dentro del mundo de las artes plásticas y gráficas como en el político: el líder del grupo municipal barcelonés de Alianza Popular la ha calificado de "absolutamente horrorosa e impresentable". Probablemente los ediles conservadores de Barcelona se hayan precipitado en su juicio, pero es posible que su actitud esté traduciendo de alguna manera la perplejidad producida en un gran número de ciudadanos por el diseño dado a conocer ayer.Es verdad que los dibujos olímpicos de Mariscal aparecen cargados de valentía, sentido rupturista e innovador. Pero el simple deseo de romper o de innovar no puede convertirse en factor determinante de la bondad o maldad de una obra. Y las fronteras entre lo innovador y la extravagancia están por definir. Por lo demás, son muy serias las dudas sobre la futura eficacia del perro mariscaliano como símbolo de un gran acontecimiento olímpico, es decir, como prenda y mercancía para la cultura de masas.

La mascota de Mariscal quiebra una tradición impuesta desde que los Juegos Olímpicos tienen mascota, desde Múnich 1972: el mimetismo con la línea de Walt Disney. Y quizá habría que recordar al diseñador, y a sus patrones, que los experimentos conviene hacerlos con gaseosa antes que con el buen champaña. La cultura de masas debe mucho a la estética de Disney, y, con todos los respetos a la línea de Mariscal, no parece que la criatura por él engendrada sea por el momento capaz de sustituir, pongamos por ejemplo, al ratón Mickey. Conviene, pues, asegurar, antes que nada, que la innovación va a ser más fructífera que el estilo que viene a sustituir. Si no lo logra, habremos cosechado fracaso sobre fracaso, porque es toda una generación de diseñadores la que culmina su salida a la palestra mundial en esta ocasión. Y con ellos se trataba de dar a conocer también un clima cultural de modernidad atento a la moda, al grafismo, a las artes plásticas, con cuna barcelonesa y enraizamiento en otras ciudades de España, desde Vigo hasta Madrid. Es difícil reconocer, sin embargo, en el perro de Mariscal el símbolo del nuevo diseño español, por mucho que el animalito en cuestión termine por caer simpático y pueda hasta funcionar como mascota dentro de cuatro años. El prurito de huir de la horterada vergonzante que representó el Naranjito del Mundial de fútbol de 1982 puede haber hecho caer a los responsables de los Juegos de Barcelona en un posmodernismo bueno para asombrar a los menos avisados y malo para vender camisetas y llaveros, que es de lo que se trata.

Fue lamentable la reacción de los círculos del patrioterismo que encarnan determinados catalanes ante las declaraciones de Mariscal sobre Cataluña, y en su día tuvimos ocasión de expresarlo así. Pero el mismo derecho de libre expresión que le asistió a Mariscal le asiste ahora al público para calificar el perro que ha engendrado. Y no estamos seguros de que no se le pueda ladrar.

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