Fenicios
Si los setenta fueron la década del yo, los ochenta serán la década púrpura. La frase es de Tom Wolfe, pero dijo la profecía sin ninguna convicción, para salir del paso. Utilizó el púrpura para ilustrar el primado actual de la ambición cínica, el resurgir de la ética del lujo y de la estética del ascenso social, el triunfo de la religión mercantil y la liturgia financiera. Los nuevos héroes del presente son esos cardenales del dinero sin patria, los negocios sin chimeneas y el comercio sin fronteras, y a esa raza le va el color del brillo real. El puñetero volvió a acertar. Basta darse una vuelta por la exposición sobre los fenicios del Palazzo Grassi, en Venecia, para recordar una vieja historia del bachillerato. El púrpura era el emblema de aquella otra refinada etnia de comerciantes, especuladores, intermediarios, monetaristas y financieros que colonizaron el Mediterráneo sin necesidad de guerrear o de predicar. Fenicio quería decir púrpura, y el espíritu ochental es fenicio.Se equivocan los que visitan la muestra del Grassi desde la mirada arqueológica. Es la exposición más contemporánea del decenio. Los fenicios desembarcan en Venecia para legitimar a los nuevos héroes. También los Agnelli, Benedetti, Iacocca, Berlusconi, Maxwell, Boesky, Parretti, Conde y compañía necesitan ancestros de prestigio, milenarias señas de identidad. No es suficiente proclamar la distinción con el Rolex, el BMW, el yate, el reactor y la pinacoteca. La raza de los golden boys resucita a los fenicios para- justificarse étnicamente, para comerciar y colonizar en gracia de los dioses cosmopolitas de Biblos y Cartago. De la misma manera que los feroces guerreros nacionalistas del presente matan y mueren en nombre dé los viejos dioses vascones, celtas, armenios, hebreos, musulmanes o tibetanos.
Cuentan que un perro hambriento mordió una concha y la sangre le tiñó los pelos de un rojo maravilloso. Así surgió el púrpura. Los de Cartago lo usaron para comerciar, y los de Roma para ensangrentar. Década púrpura, sí.
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