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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El artículo de Wiesel

Si en la larga jeremiada de Elie Wiesel (EL PAÍS, 3 de marzo de 1988) sustituyéramos la palabra judío por ario o blanco y palestino por judío o negro, tendríamos un modelo de lo que podría haber sido la disculpa farisaica de un racista alemán o surafricano, sentimental o sencillamente hipócrita, ante una opinión pública indignada por los sucesos del gueto de Varsovia o del gueto de Soweto. Para cohno, Wiesel emplea la palabra judío en lugar de israelí o sionista con la misma ligereza con que lo hacen los despistados redactores de los telediarios españoles, y así aporta su grano de arena a las ceremonias de la confusión. Wiesel, igual que los antijudíos patológicos, necesita presentar la abominable imagen de un grupo humano monolítico, unánimemente responsable de los actos aberrantes que cometen algunos de sus miembros. Wiesel, igual que los antijudíos patológicos, se comporta como si no existieran el movimiento israelí Paz Ahora, ni Bruno, Kreiski, ni Woody Allen, ni Jacobo Timerman, ni los "ilustres intelectuales de la Diáspora" (que, sin embargo, menciona en su carta), ni el mismísimo Jean Daniel, con quien pretende polemizar. Elie Wiesel, ¿premio Nobel de la Paz? No: del racismo y de la subordinación a imperativos irracionales, diría yo.- Al leer el artículo del señor Elie Wiesel siento la necesidad de exponer mi opinión sobre el problema de Cisjordania. Sé que no es una opinión ilustre, es una sencilla opinión basada en un conocimiento personal de la zona.

En este artículo, como en otros anteriores, se habla de la violencia palestina y la comprensión y deseos de paz israelíes. Y yo pregunto: ¿acaso no es violencia la segregación racial con la que trata el Estado de Israel a esta población palestina ocupada?

La economía de la zona ocupada está fundamentada en la agricultura, que se ve mediatizada por las lluvias, ya que el Gobierno israelí pone numerosas trabas a la perforación de pozos, y los que consiguen el permiso se encuentran con el problema de la limitación de profundidad en la perforación. Mientras que a los pozos árabes sólo se les permite 100 metros de profundidad, los judíos pueden llegar hasta los 300 metros. En todo el territorio de Israel, el salario de un obrero árabe es la mitad del que percibe cualquier obrero judío desarrollando el mismo trabajo, pero, además, los palestinos se ven gravados por una deducción del 30%, sin que ello suponga prestaciones de ningún tipo: no tienen seguridad sanitaria, ni jubilación, etcétera. En 1967, el Estado democrático de Israel cerró en toda Cisjordania bancos y entidades financieras, ahogando un posible desarrollo económico y obligando a la población árabe a recurrir a préstamos judíos gravados con un interés del 28%, frente al 35% de capital libre de impuestos que percibe cualquier inversión judía del Gobierno. Si entramos en el aspecto educativo, debemos saber los cierres gubernamentales de colegios y universidades de forma casi continua, de lo que yo soy testigo, sin contar con la censura cultural existente.

Elie Wiesel descalifica a la OLP como interlocutora, acusándola de terrorismo. Si esto es verdad, están en igualdad de condiciones, pues el Estado de Israel es un Estado terrorista que disuade -como dice el señor Wiesel- a los jóvenes palestinos portadores de piedras con balas que matan; es un Estado que rompe brazos al estilo nazi, que entra en los hospitales a rematar a los jóvenes que no murieron en la jornada anterior. Difícilmente puede darse un diálogo como usted propone, señor Wiesel, entre un joven muerto y otro armado.

Israel quiere buscar una justificación a su propia existencia como pueblo, y ésta no llega porque desde el comienzo ha negado su propia realidad: ser una entidad confesional y religiosa, como ya dijeron grandes rabinos antes de la creación del Estado israelí. Por más que en los kibutzim se intente recuperar tradiciones y folclor, son cosas extrañas a una población de orígenes tan dispares como Centroeuropa, América, Unión Soviética o Turquía-. Pilar Martín García. Madrid.

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