Una solución para Occidente Próximo
LAS IMÁGENES en las que soldados israelíes intentaban romper los brazos a dos jóvenes palestinos a patadas, con piedras o con simples y salvajes golpes en las articulaciones sobrecogen por su brutalidad y se convierten en un símbolo espantoso que va contra el país que las permite. Sean cuales sean las razones que asisten a Israel en su lucha de afirmación como Estado, y muchas son válidas, la escena televisada de la otra noche (mínimo botón de muestra de 11 muertos y 120 heridos en una semana) niega el viejo argumento de que los israelíes son la única entidad civilizada de la zona. Por mucho que el Gobierno de Tel Aviv y los mandos militares quieran dar la impresión de que, lamentablemente, el celo de los soldados escapa a su control, los objetivos ordenados por los superiores han producido las salvajadas de los inferiores, descalificando moral y políticamente a unos y otros.En estas condiciones, el secretario de Estado Shultz ha visitado Jerusalén con una misión prácticamente imposible: proponer una nueva iniciativa basada en alguna de las ideas contenidas en los acuerdos de Camp David de 1979, sobre todo en la que hacía referencia a la concesión de una autonomía limitada para los palestinos en los territorios ocupados. El primer ministro Shamir -paradigmático defensor de los métodos neonazis que estas víctimas del nazismo emplean- la ha rechazado, y a su vez, varios países árabes (entre ellos Egipto y Jordania) han manifestado su negativa a aceptar cualquier fórmula que reviva las cláusulas de Camp David. El plan nacía herido de muerte por varias razones: sin entrar a considerar la negativa de Israel a retirarse de todo territorio ocupado, los palestinos rechazan una fórmula que hable, a estas alturas, de una autonomía a la que ya se opusieron en 1979. Finalmente, Jordania no va a aceptar la unilateralización del conflicto ni va a permitir que su población palestina (no precisamente adicta a Hussein) pase de ser el 60% de la jordana a ser el 85%.
En realidad, tanto el plan de Washington como la visita de Shultz son operaciones destinadas a lavar la cara a la Administración de Reagan en los últimos meses de su mandato. Estados Unidos sabe que su iniciativa es inviable. No puede ser de otro modo, viniendo como viene de una potencia que hace pocos días vetó en el Consejo de Seguridad una moderada resolución condenatoria de la represión israelí.
El dilema no es norteamericano, sino israelí: ¿qué debe hacerse con los palestinos? En primer lugar, si se les integra en Israel, como probablemente querrían ellos mismos, se atenta contra la esencia misma del eretz al crear un Estado binacional. Por otra parte, la situación actual recuerda demasiado a los bantustanes surafricanos, con una raza escogida que controla por la fuerza, pero con malos resultados, como lo pone de manifiesto la violencia de estos días.
Israel tiene que acabar hablando con los palestinos, y no va a tener más remedio que hacerlo con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). La cuestión es cómo hacer que se sienten a la mesa. Tal vez la respuesta esté en Europa. La Comunidad Europea (CE), con una actitud cada vez más constructiva, comienza a ser consciente del problema. España no es ajena a esta evolución: ha ido impulsando, desde su incorporación a la CE, una visión más equilibráda de la cuestión del Próximo Oriente. Y aunque las dificultades son enormes, el año y medio que empieza a correr desde el próximo mes de julio, con las presidencias comunitarias consecutivas de Grecia, España y Francia, puede favorecer una aproximación pragmática y flexible a aquella trágica situación. Existe al menos un consenso entre árabes y europeos: la solución acabará por venir de la mano de una conferencia internacional, cuestión en la que se plasman las iniciativas comunitarias.
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