El miedo de los coptos
En el autobús que va de Luxor a El Cairo, con las ventanas siempre cerradas, un barbudo -es así como los coptos llaman a los integristas musulmanes- lee El Estandarte Islámico. En El Minia sube un estudiante católico, se acomoda en el asiento desfondado y entabla conversación: "Tú eres fundamentalista, yo soy cristiano. Si un día tú y tus amigos tomáis el poder, ¿qué lugar nos tendréis reservado?". El barbudo le mira y responde lentamente: "Hay tres soluciones. Hacéis las maletas; os convertís al islam o se os mata". Y sigue con su lectura. ¿Una respuesta provocadora a una pregunta impertinente? Quizá, pero los cristianos de Egipto tienen miedo. Son de seis a siete millones de una población total de 52. Convertidos en el siglo I por el evangelista San Marcos, rompen con Roma en el Conciliode Calcedonia, en el 451. Son en su mayoría ortodoxos, con su propio papa, el patriarca Chenouda III. En el año 641, cansados de la presión cultural griega -han conservado a pesar de todo el alfabeto heleno-, acogen con alivio a los musulmanes, y las poblaciones copta y árabe se mezclan. Los coptos, en su mayoría, viven pobremente en los barrios de chabolas de los suburbios y en los pueblos sin agua ni alcantarillado del Alto Egipto. "Hoy día", afirma un joven universitario totalmente occidentalizado, "si los países de asilo, EE UU, Canadá y Australia principalmente, abrieran sus puertas, los coptos emigrarían por millares para escapar a la presión del islam".
21 de febrero
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