La doble verdad
EL LIBRO Des armes pour l´lran (Armas para Irán), que acaban de publicar en Francia dos Periodistas, Walter de Bock y Jean-Charles Deniau, dedicados desde años a investigar el tema, aporta hechos que interesan no sólo a la opinión francesa, sino a la de otros países europeos, y en particular a la española. Confirmando datos aparecidos anteriormente, los autores citan a las empresas españolas Unión Explosivos Río Tinto, Gamesa, Esperanza and Co., Empresa Nacional Santa Bárbara y Expal como participantes en diversas formas en el envío ilegal de armas a Irán. Desde luego, no están solas, y numerosas empresas de otros países europeos toman parte en ese tráfico, que reviste enormes proporciones desde que se inició, en 1980, la guerra entre Irán e Irak. Por su parte, Irak ha recibido, asimismo, simultáneamente armas de diversos países europeos, en muchos casos de manera más abierta. Si se recuerda la actitud de EE UU, desvelada por el escándalo del Irangate, resulta evidente la amplitud universal del tráfico de armas, realizado a despecho de las leyes de embargo.A pesar de que cada vez que se denuncian hechos de este género los Gobiernos muestran sorpresa, anuncian encuestas y salvan en lo posible su responsabilidad, lo cierto es que hay mucha hipocresía en tal actitud: el tráfico ilegal de armas es una práctica constante, conocida y admitida por las autoridades, y en cierto modo, un componente estructural de las economías de la mayor parte de los países europeos. Las industrias de armamento aportan beneficios enormes y emplean una mano de obra numerosa. En España, contando las industrias anejas, unos 100.000 trabajadores. De ello se desprenden dos hechos esenciales: esa industria no puede mantenerse sólo para el mercado interior. Necesita exportar. Los principales compradores son los países en guerra o amenazados de graves crisis. La guerra Irán-Irak ha sido, y es, una gigantesca fuente de negocios para la industria de armamentos europea.
Los procedimientos para violar las leyes que prohíben los envíos a países beligerantes son, asimismo, conocidos por todo el mundo, y además resultan bastante sencillos. Consisten en presentar documentos justificando que el envío se hace a otro país. Los Gobiernos están al cabo de la calle de esa práctica corriente. El tiempo ha consagrado una especie de doble verdad, al amparo de la cual las industrias de armamento funcionan, crecen, exportan, hacen grandes beneficios. Y los beligerantes se matan con armas modernas y eficaces. El libro de Bock y Deniau descubre incluso la existencia de un consorcio europeo que toma medidas para reglamentar mejor este tráfico complejo. Así, los datos del libro indican que las exportaciones españolas crecieron en 1985 y 1986, para compensar un descenso en otros países sometidos a una vigilancia más severa. Es evidente que el tráfico de armas produce una repulsa moral en toda persona de bien. Es un negocio cuya prosperidad se basa en vender instrumentos para que unos hombres maten a otros hombres.
El uso como algo normal de falsas declaraciones en el co- mercio exterior se extiende y tiene derivaciones de sumo riesgo. Han sido utilizadas -como demuestra el escándalo de la empresa alemana Nukem- en el tráfico entre la RFA y Bélgica de residuos radiactivos, o sea, de materiales muy peligrosos para la salud pública. La doble verdad es un cáncer que acaba corroyendo la democracia. Es la hora de las cartas boca arriba.
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