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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tres millones

LA PUBLICACIÓN de las cifras de paro registrado ha significado un jarro de agua fría en la euforia precongresual de los dirigentes del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). El haber superado la barrera de los tres millones de parados no constituye precisamente una buena tarjeta de visita para el inicio de los trabajos del congreso. Como era de esperar, al conocerse las cifras correspondientes al mes de diciembre se han levantado voces sindicales pidiendo un cambio en la política económica del Gobierno.Sin embargo, las cifras son bastante más ambiguas de lo que parece a primera vista. En primer lugar, las declaraciones de los responsables administrativos, atribuyendo el aumento del número de parados en diciembre a circunstancias estacionales (detenciones de obras en el sector de la construcción, por ejemplo), no tiene gran cosa que ver con la realidad: desde el punto de vista de la estacionalidad, el mes de diciembre es neutro, pues las reducciones en el sector de la construcción se ven compensadas por la mayor actividad en otros sectores, especialmente en el de los servicios, de tal manera que la cifra de 25.000 nuevos parados en diciembre es plenamente representativa de la realidad. Lo cual no implica juicio de valor alguno sobre el fraude existente en materia de desempleo; pero se trata de otra cuestión.

El número de parados ha aumentado a lo largo del pasado año en algo más de 120.000 personas, y éste es el dato más significativo. Este aumento se ha producido al mismo tiempo que el empleo crecía fuertemente. Según la encuesta de población activa (EPA), el número de ocupados en los tres primeros trimestres del año creció en unas 500.000 personas, si bien el cambio de criterios estadísticos en el segundo trimestre hace que esta cifra deba ser considerada a la baja en unas 100.000 personas. Para el con unto del año es razonable pensar que el aumento de la ocupación se sitúe entre 400.000 y 500.000 personas, lo cual representa la cifra más elevada de los últimos años.

La explicación de esta aparente contradicción -según la cual el paro y la ocupación crecen simultáneamente- se encuentra en el aumento que ha tenido lugar en la población activa, es decir, en el número de personas en edad de trabajar que buscan trabajo activamente. Éste fue de 500.000 personas en los tres primeros trimestres del año, siendo posible que en el último trimestre la cifra se haya incrementado en unas 100.000 personas más. Se trata de un fenómeno típico de los períodos de recuperación, y su explicación reside en un fenómeno de psicología colectiva: las personas que estaban desanimadas y que no buscaban trabajo por tener el convencimiento de no encontrarlo modifican su actitud y se inscriben en las oficinas de empleo al cambiar la coyuntura económica, porque piensan que sus posibilidades de trabajar han aumentado con la mejora de la actividad económica. En Espada, el fenómeno adquiere proporciones inhabituales por el gran número de desanimados existentes en nuestro país: la tasa de actividad de la población, es decir, la relación entre los- que trabajan o buscan trabajo y los que están en edad de trabajar, es una de las más bajas de los países industrializados.

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Estas consideraciones no deben ocultar que el haber superado la barrera de los tres millones de parados constituye una acusación implícita contra un sistema que permite una tasa de desempleo de más del 20% de la población activa. El problema consiste en determinar quiénes forman parte del sistema, y aquí las cosas están menos claras de lo que puede parecer en un primer examen: los sindicatos han acusado con demasiada premura a la política económica, ya que ésta tiene, al menos, el mérito de haber permitido el presente año la creación de casi medio millón de puestos de trabajo. En realidad, lo que las cifras de paro indican es el abismo existente entre quienes disponen de un empleo y quienes no lo encuentran. Lo que refleja la experiencia en la mayoría de los países occidentales es que la excesiva protección de los primeros termina por condenar al desempleo a los segundos.

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