Indignaciones
He comprobado en varias ocasiones que las propuestas renovadoras de la perestroika soviética suscitan dos indignaciones fundamentales y fundamentalistas aparentemente opuestas por el vértice pero complementarias. Por una parte, el frente neoliberal, que ha tenido patente de corso cultural en los últimos 15 años, vuelve a avisarnos de que la jugada soviética es un ejercicio de engañabobos y que en cuanto Occidente baje la guardia el comunismo enseñará el rostro de siempre y cumplirá sus propósitos de expansión y dominación cósmica. Por otra parte, los más soviéticos que los soviéticos refunfuñan más o menos entre dientes y guardan hacia la perestroika la misma distancia que el obispo Lefèbvre guarda hacia el Vaticano II. A ellos les sigue gustando el comunismo en latín.Hemos atravesado el desierto de la crisis cultural con la cantimplora llena de fundamentalismos, después de aquellos años sesenta en los que, quién más quién menos, se arriesgó a poner en cuestión sus 20 duros de ideología. Fundamentalismo liberal, islámico, socialdemócrata, bolchevique, catecismos belicosos y agresivos en los que siempre todos los mandamientos se resumen en dos: el que no está conmigo está contra mí y la historia nos dará la razón. Doginatismo, fanatismo, sectarismo y providencialismo laico o del otro han sido brebajes de madriguera para felinos inseguros y con las garras gastadas por la tenacidad de lo real.
Ahora el fundamentalismo neoliberal y el marxista-leninista se alían implícitamente en una cruzada de defensa de verdades esenciales. Se necesitan mutuamente y está en peligro una larga nómina de funcionarios del espíritu que viven de alimentar fuegos sagrados en los altares de las abstracciones. Los hay que ponen en el empeño hasta las vísceras más sagradas, pero también los hay diletantes del fundamentalismo que han jugado en el tapete del apostolado como señoritos rojos o blancos a los que se les regalaba el quehacer de un apóstol. Son los más recalcitrantes. Y es que se juegan el gesto.
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