La hora del triunfalismo
TAL VEZ sea inevitable que los informes de gestión presentados por las direcciones de los partidos ante sus congresos se caractericen por el triunfalismo. No es excepción, desde luego, el que va a presentar la ejecutiva del PSOE ante los delegados asistentes al XXXI Congreso, que se iniciará dentro de 15 días. El documento ahora difundido asegura que la gestión del Gobierno ha constituido un éxito en términos generales, y admite sólo ciertas insuficiencias en materias como la reforma de la Administración o los servicios sociales. Claro que si por algo habría de diferenciarse una política de izquierda respecto a la de otras corrientes es por la prioridad dada a esas cuestiones: sanidad, educación, empleo juvenil, eficiencia de las administraciones públicas. Es decir, lo que inmediatamente después de las elecciones de junio de 1986 se definió como la micropolítica: lo que toca más a los intereses inmediatos de los ciudadanos, por oposición a objetivos más generales, como el saneamiento económico o la plena integración en las estructuras internacionales.En realidad, la oferta socialista a los electores tiende a reducirse, en los últimos meses, a la presentación de unos resultados macroeconómicos que demostrarían la eficacia de su gestión. Hay que reconocer que esos resultados han sido buenos en los últimos años, y que no han sido ajenas a los mismos las grandes opciones de política económica adoptadas en su día por el Gobierno. Pero si la oferta se reduce a eso, obviando el hecho de que las tareas redistributivas han sido aplazadas nuevamente, o en todo caso supeditadas a objetivos como el incremento del excedente empresarial o la reducción de la inflación, los ciudadanos tendrán dificultades para identificar lo que de específicamente socialista hay en los mensajes del partido actualmente gobernante. Porque esos objetivos son compartidos por las fuerzas de centro derecha.
Ello no descalifica necesariamente la política económica del Gobierno. Pero sí el hecho de que ella haya sido realizada sin aparente relación con los objetivos que auparon al PSOE al poder en 1982 y al riesgo de quebrar la solidaridad de la UGT con el proyecto gubernamental. Resulta más bien irónico que el informe de la ejecutiva socialista proclame que "ser socialista es, ante todo, estar del lado de los pobres, de los marginados, de los que sufren injusticias sociales". La inercia y el pragmatismo han acabado por consumir gran parte de las energías sociales despertadas por la promesa del cambio.
Prueba de que esa inercia se encuentra fuertemente arraigada es la forma como el informe de la comisión ejecutiva despacha el problema de la atonía que caracteriza a la vida política española. Para el PSOE, todo se debe a la "clamorosa ausencia de alternativa" que se deriva de la ineptitud de la oposición. Pero ello sólo explica una parte del problema. Porque si es cierto que la fragmentación y falta de iniciativa de la oposición, e incluso su tendencia a la demagogia, favorece la ausencia de debates capaces de dinamizar la política española, no lo es menos que el partido en el poder tiene serias responsabilidades en que ello ocurra.
He ahí, por ejemplo, su tenaz resistencia a aceptar la creación de comisiones parlamentarias de investigación en tomo a cuestiones tan controvertidas como las reprivatizaciones de empresas procedentes del holding Rumasa o determinadas actuaciones del Ministerio del Interior. Ello ha contribuido a que los debates correspondientes se planteen en otros ámbitos extraparlamentarios. Y lo mismo cabe decir de la resistencia gubernamental a los sucesivos intentos de reformar el reglamento de las Cámaras, lo que agilizaría la vida política, pero amenazaría la estabilidad del partido en el poder, de la que dependen los sueldos públicos de una gran parte de sus militantes.
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