'The beautiul people'
La gente hermosa, pletórica bienestar material, radiante fortuna, presente en todas las ocasiones festivas, rutilante de trajes, de joyas, de pieles, disfrutando de yates de larga escora en verano, con llaves de platino en los cuartos de baño monteando en fabulosas cacerías de venados,jabalíes, rebecos y perdices, forma el estamento selecto y reluciente que llena cotidianamente la llamada crónica social en esas revistas científicas, dedicadas a la cardiología de los seres bonitos, las que el vulgo llama revistas a corazón.Son el trasunto español de los beautiful people del mundo anglosajón. Los beautiful son una suerte de orden nobiliaria internacional cuyos títulos no provienen de méritos históricos de ascendencias heroicas.
La tribu de los guapos desciende de sí misma y se autocomplace en su narcisismo contemplativo. Ellos se definen como un minoría ornamental que debe acaparar, por razones estéticas, el respeto y la admiración del público. "Somos guapos, bien vestidos, ganamos dinero, nos divertimos, pagamos el reclamo, nos importa un rábano lo que ocurra en derredor, cobramos las exclusivas, conferimos diplomas de pertenencia a nuestro clan a los horteras recién llegados y hablamos una jerga propia con ausencia de consonantes y predominio de vocales o que sirve de señal de reconocimiento entre los militantes beautiful".
No se ponen ele acuerdo los sociólogos sobre el origen de esa rama de la especie humana y las motivaciones de su aparición. "Siempre", escriben algunos historiadores, "hubo preciosas ridículas , lechugunos y dandies, gomosos y petimetres, estrellas sociales y dueñas de salones deslumbrantes". Pero los componentes de la tribu de los bonitos no se conforman con serlo, sino que a todo trance: quieren proclamarlo a los cuatro vientos, como si esa exhibición ante los demás fuera precisamente la razón de ser de la cofradía del set de la jet.
Es interesante comprobar que la fulgurante ascensión de la tribu de los bonitos al primer plano de la actualidad noticiosa ha coincidido, precisamente, con la llamada pasada por la izquierda, que se considera por los observadores como el test de la flexibilidad y solidez, de nuestra Carta Constitucional.
La pasada ha sido en realidad como una gran serie de mareas económico-sociales que han llenado las páginas de la Prensa con el fragor de su novedad: reconversión, concertación, movida cultural, gentil pastoreo de la derecha millonaria para ayudarles a salir de los pastos insalubres: repudio del aburrido Carlos Marx (un capital sin interés), ceños fruncidos de Nicolás, aguda cólera de Solchaga, sermón pregonero de Felipe, rumor de avispa electorera de Alfonso.
Y la gente guapa, protagonizando mucho. He aquí la inesperada noticia. ¿Quién inventó lo de la beautiful gente? Pienso que Scott Fitzgerald, en su memorable novela The beautiful and damned (Los guapos malditos), utilizó esa etiqueta por primera vez. Eran los años locos, estruendosos, de la entreguerra de los veinte. Pero Scott, hombre trágico, moralista y casado con una perturbada, no exaltó a los beautiful, sino que los emparejó al satanismo inconsciente y demoledor.
La gente guapa no es mirada aquí con el marchamo apocalíptico de los puritanos calvinistas. Los españoles somos, mayormente, católicos y bautizados. En el fondo se admira y se quiere a los guapos como una parte de la movida escultural de nuestro tiempo. La gente guapa de uno y otro sexo -o ambivalente- goza de un respeto admirativo, en buena parte por la belleza o arrogancia física que exhiben y comunican sus perfumados cuerpos. Dígase lo que se diga sobre el particular, el español considera al cuerpo -propio o ajeno- como su más preciado tesoro. "A mí me gusta el catolicismo no por la inmortalidad del alma, sino por lo de la resurrección del cuerpo", solía decir Santiago Rusiñol. Y es paradigmático el gesto, que pasará a los anales culturales de la transición, de nuestro admirado Pedro Laín abandonando la dirección de la Real Academia para consagrar sus lúcidos años a completar el texto de su Teoría del cuerpo, esperado ya desde ahora como un hito del fervor somático de nuestro pueblo.
Uno de los logros más importantes del quinquenio socialista es, quizá, esa inserción relevante de la bella tribu en los hábitos sociales de los medios de comunicación. El franquismo nunca logró alcanzar metas semejantes. Había, eso sí, en la cumbre hecatombes cinegéticas y milagrosas pescas salmoneras, grupos fotográficos de lo que se llamó monterías de cochinos y duquesas en las revistas de color. Pero la belleza llamativa, transida de efluvios eróticos, era rigurosamente vigilada por los santos varones de la censura sexual. Por otra parte, la cotización en alza de la belleza masculina que ahora prevalece, incluso en las siluetas de banqueros, notarios, catedráticos y hasta registradores de la propiedad, no era vista con buenos ojos por el anterior régimen, en el que la severidad castrense imponía al sexo masculino unas cotas mínimas de machismo rotundo y aparente.
Los beautiful tienen ante sí un ancho campo de operaciones y de iniciativas. Son la flor estética del rodillo socialista; el mejor anuncio publicitario de nuestra raza; la prueba tangible de que ha subido tanto el nivel de vida que ya no sólo no se muere la gente de hambre, sino que se acicala, se perfuma, se viste y se enjoya. El español ha crecido muchos centímetros en estos 10 años; sus biceps se han endurecido; salta, corre, baila, canta, se exhibe, nada y besa con delectación. La mujer española de la beautiful set -con lifting o sin él- viste con ropa maravillosa, pedrería rutilante, pieles multicolores y zapatos perfectos. La cosmética inventa el milagro del rostro de cada día, distinto, cautivador, sorprendente. Anda esa mujer con cadencia musical, ritmo genético y ondulatorio. Sus piernas torneadas sobrellevan la dermis sedosa de las colgantes. ¿Cómo no estallar en aplausos ante la gente guapa? ¿Cómo no reconocerla, llamándola espuma de la sociedad de nuestro tiempo?
La pasada por la izquierda nos ha permitido conocer, aunque sea de lejos, la vida privadísima de ese clan de los guapos y guapas que nos ofrecen, con sus perpetuas sonrisas ante las cámaras, su mensaje metafísico del mejor de los mundos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.