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Tribuna:LECTURAS DE AÑO NUEVO
Tribuna
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Uno de esos tipos que vienen de lejos

Manuel Rivas

Manuel Rivas (La Coruña, 1957) ha escrito dos volúmenes de ensayo periodístico, tres libros de poesía y una novela juvenil. Es director de la revista cultural Luzes de Galiza y jefe de la sección de cultura del semanario El Globo. El relato que hoy se publica cuenta la sórdida relación de un grupo de amigos con un recién llegado. El tono directo e inmediato tiene reflejos simbólicos.

Mirad, mirad. Es un tipo cojo ludo. No habla. Es encantador. No dice nada. Se llama Domdobán.Era. la nueva adquisición de Marga, y lo presentaba, como siempre, con un toque circense. Todos se fijaron en aquel ejemplar de dos metros que sonreía con timidez. ¿De dónde has sacado esta prenda?, preguntó Rita, la muy zorra. Todos le jalearon la gracia. Me ha caído directamente desde el cielo a la cima, querida, dijo Marga, sujetándose cariñosamente al brazo del mozarrón. No lo pienso compartir. Y dicho esto se lo llevó hacia la barra.

¿Os habéis fijado?, comentó Rita. Huele mal. A estas alturas con chaqueta de pana, añadió Pichi. Está lleno de caspa, observó Virginia. Raúl tema una duda: ¿No habla o es tonto? Esta chica, se quejó Marijé, ya no sabe lo que hacer para sorprendernos; primero con un moro y ahora con este pailán. ¿Tú crees que se lo llevó a la cama? Además, huele mal, insistió Rita.

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Marga regresó con ojos de enamorada. El muchacho bebía con deleite cerveza y una orla de espuma se fijó en su sotabarba roja. Sonrió hacia el grupo. Parecía realmente idiota. Oye, dijo Raúl, ¿es normal ese chico? No habla, eso es todo. A veces dice cosas. Cosas sueltas. Es fántástico, concluyó Marga, aparcando el mundo con los brazos. Raúl miré al resto e hizo un gesto de resignación. En fin habrá que llevárselo.

Sólo para incordiar, Rita se subió al deportivo blanco de Marga. Iba sentada atrás y se acercó con aire amable a Dombodán. No te molestes, grandullón, sólo son bromas. Somos una gente encantadora, ¿verdad, Marga? Raúl les adelantó e hizo sonar el claxon dos veces. Su coche levantó una ola de aga. Llovía con rabia aquella nohe, y todo hacia adelante, despedida la ciudad, era una caverna.Ya verás, dijo Marga dirigiéndose con dulzura a Dombadán, Raúl llegará antes y encenderán la chimenea. Será una noche preciosa. Para entonces Rita estaba extrañamente silenciosa. Deberían vestir de blanco, dijo Marga. ¿Qué?, tardó en preguntar Rita. Que estos campesinos deberían vestir de blanco. Van siempre de luto, con sus paraguas negros, como cuervos. No los ves hasta que estás encima. Y a veces llevan vacas. ¿Adónde se puede ir con una vaca a estas horas de la noche? Sí, musitá Rita, es cierto.

Al llegar al chalé ya estaban encendidas las luces del interior y se escuchaba música. Muy cerca, también, el mar. A veces pienso que es como un animal, dijo Marga, y se echó a correr hacia el porche. ¿Como qué? El mar, como un aminal. En el salón, Raúl descorchaba una botella entre risas. Pasa, pasa. Marga empujaba suavemente a Dombodán. Es el chalé de vacaciones del padre de Raúl. Se puso de puntillas para hablarle al oído: Tiene mucha pasta; fue militar, pero, además, están forrados. En un rincón, Marijé, acomodada en cojines, tarareaba la música y se movía al compás. Rita se fue hacia allí.!Qué tipo más raro! ¿Quién? , el grandullón de Marga. Ya, no habla. No, no es por eso: tiene escamas. ¿Qué? Sí, no es caspa lo) que tiene en la chaqueta. Son escamas de pescado.

UN TIPO ESPECIAL

Te gusta, eh? Dombodán miraba fijamente al fuego y se sobresaltó cuando Raúl le dio una fuerte palmada en la espalda. Luego sonrió y afirmó con la cabeza. Yo tuve un amigo mudo, prosiguió el anfitrión, y era un tipo con una sensibilidad especial. Ahora hablaba liara todos: El Virgo era un tipo especial; no sabía hablar, pero imitaba a los animales. Lo hacía como nadie. Una noche de juerga, en pleno centro de la ciudad, se puso a cantar como un gallo, como un auténtico gallo. Una vez tras otra, cada vez con más potencia. Se empezaron a encender luces y la gente salía al balcón. Le llamaron de todo. Como El Virgo no podía responder, se puso a mear. Allí mismo. Una señora dijo que (ira el fin del mundo. Y entonces amaneció.

También ahora el mar penetraba por las rendijas con su olor a orín joven. El grupo adobaba el champaña con el humo de la maría. Dombodán pasaba. Hostia, lo que faltaba, nos ha salido estrecho el grandullón, dijo Pachi. Tiene algo mejor, dijo Marga con un guiño cómlice. Metió la mano en la chaqueta de Dombodán, buscando

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Uno de esos tipos que vienen de lejos

Viene de la página anterior el bolsillo interior. Sacó una pequeña bolsa y la abrió con esmero. Hostia, hostia, coca guapa. Todo el grupo la rodeó. Os juro que es lo mejor que he probado, dijo Marga. Dombodán miraba fijamente al fuego, como ajeno. Te has apuntado un punto, grandullón. Oye, ¿no serás contrabandista? Esta vez tampoco se sumó a la fiesta. Quiere dormir, cuando se pone así es que quiere dormir, dijo Marga acariciándolo.Se despertó porque algo viscoso le rozó en las manos. Dombodán chilló. Era un grito extraño, demasiado fino para un cuerpo tan rotundo. Sacudió los brazos y corrió con la torpeza del pánico hacia un rincón. El reptil lo seguía buscando, como fascinado por su terror. Dombodán volvió a chillar. Era un lamento hiriente, prolongado. Los ojos se perdían en la angustia. Fue entonces cuando salieron de su escondite a golpe de carcajada. Raúl cogió la serpiente y la besó en la boca. Dombodán temblaba, encogido sobre las rodillas. Pobrecito, dijo Marga.

Ahora se habían entregado a un nuevo juego. Raúl bajó las dos jaulas de ratas blancas. Todos se pusieron en la recta de salida, expectantes, después de cerrar las puertas del salón. Raúl levantó las puertas y azuzó a los animales. A por ellas. Reían sudorosos, con los ojos encendidos. Los bichos, perseguidos por escobas y zapatos de tacón, buscaban los lugares más recónditos. Una de las ratas se acurrucó a los pies de Dombodán, rígido y con la mirada ya muy lejana. Raúl se y

acercó sigilosamente. Todos detuvieron la carrera para atender su caza. Tenía unas manos grandes, con vello en el dorso. En el último tramo se abalanzó veloz sobre el animal. Su puta madre, me incordió. Los demás se reían. Joder, vaya coña. Me ha clavado los dientes, la muy puta. Dombodán miraba lejos. La rata permanecía a sus pies. Ahora va a ver la muy cabrona.

Raúl abrió la puerta y subió las escaleras a zancadas. Volvió con un revólver. Coño, Raúl, tranquilo. Ni tranquilo ni hostias, ahora se va a joder la rata del abuelo. Apuntó parsimoniosamente, sujetando la culata con ambas manos. Disparó una vez. Otra. Y otra más. El animal ni se movió, pegado a los zapatones de Dombodán. La sangre era más roja sobre la piel blanca. Se escuchaba el mar y nada más. En el largo silencio, las otras ratas fueron saliendo de sus escondrijos y regresaron a las jaulas, con la cabeza gacha.

Bueno, ya está, venga un trago. Coño, ésta es una noche de fiesta, dijo Raúl con voces que sonaban a órdenes. Y tú, calamidad, bébete algo también. Dombodán obedeció. Bebió el vaso de un solo trago y volvió a llenarlo. Hombre, parece que espabila. Se reanudaron las bromas. Volvió también la música. Raúl se acercó a Marga y la abrazó por detrás. La besó en el cuello. Al poco salieron del salón.

Dombodán había regresado al fuego, con su vaso en la mano. Rita se sentó a su lado. ¿Sabes?, se la está follando. Él se encogió de hombros. ¿No te importa que se lo hagan a tu chica delante de tus narices? Él permaneció impasible. Delante de sus narices sólo había fuego, maderos que crepitaban. A mí me joden estas historias, ¿sabes?, pero las cosas son así. Si no te defiendes, si no eres duro, todos pasan por encima. A mí el Raúl me la suda. En el fondo es un pijo, pero está tan seguro de lo que hace que todo le va bien. ¿Sabes que tiene una novia?

Pues sí, tiene una chica fija, pero nunca la trae a estas juergas. Se ríe de ella, dice que es estúpida, que no se quiere acostar con él hasta que se casen. La acompaña hasta casa temprano y luego se viene con la pandilla. Pero lleva dos años con ella y no te creas que la deja. Se controla. Yo soy distinta. En la universidad estábamos de juerga todas las noches. Raúl siempre fue el armadanzas, pero cuando llegaban los exámenes él se controlaba. Se encerraba en el piso, no quería ver a nidiós, y luego aprobaba. Yo soy distinta. Yo seguía la juerga también la víspera. Coño, si eres de una manera, tienes que serlo siempre y no controlarse, así, en plan hipócrita. Yo, por ejemplo, aborté. Sí, aborté una vez. El tipo que estaba conmigo me animó, era lo mejor para los dos, y sobre todo para ti, tía. ¿Sabes qué hizo? Cuando llegó la hora de la verdad se abrió, el muy cabrón. Es tu rollo, tía. Tú te lo buscaste, tía. Arréglatelas, tía. Como si no me conociera, el muy cabrón. Oye. Debe ser muy triste no poder hablar, ¿no?

Raúl volvió desperezándose. Le dio una palmada en la nunca a Dombodán, que permanecía sentado, bebiendo delante del fuego. ¿Qué, más animado, grandullón? Marga abrió las contraventanas. Amanecía. Mirad, es precioso. Sí que era precioso. Allí estaba el viejo animal, incansable, mugiendo sobre la arena. A la playa, todos a la playa, gritó Raúl.

Estaban allí, envueltos en mantas y sentados en círculo. Estaban ojerosos y el viento empujaba el pelo sobre los ojos.

Parecemos una tribu, dijo Pachi. Os tengo un juego reservado, anunció Raúl. Más juegos no, Raúl, imploró Marga. Sí, sí, el último. Un juego de verdad.

SÓLO UNA BALA

Raúl sacó el revólver. Mirad, dentro sólo hay una bala. ¿A que habéis oído hablar de la ruleta rusa? Mi padre lo hizo muchas veces en África. Un teniente de la Legión murió así, con dos pares de cojones. Sólo hay una bala, nos la vamos pasando y al que le toque, adiós. Ya está hecho el sorteo. Dombodán, el último.

Todos entendieron el guiño de complicidad. Tranquilos, no pasa nada, decía con los ojos Raúl, vamos a reírnos de este tonto grandullón.

El revólver fue pasando de uno en uno. Apuntábanse a la sien y el gatillo hacía un sonido seco. Luego suspiraban teatralmente, con complicidad. Le llegó el turno a Dombodán. Él los miró fijamente, uno a uno. Le había tocado. Se apretó los labios. Levantó el revólver y dio al gatillo. Otro golpe seco. Dombodán los miraba ahora como nunca había mirado, con odio. Abrió el cargador. No había ninguna bala. Mierda, escupió en la arena. ¿Habéis oído?

-Mierda, dijo el mudo. Sois una mierda.

Marchó hacia el oleaje. En el horizonte, sus espaldas parecían más anchas que nunca. Suspendidas en el cielo, cómicas y trágicas las aves del mar.

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