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México, ante la oportunidad del cambio

El candidato del PRI a la presidencia, Carlos Salinas, promete democracia y modernización

Antonio Caño

Cumpliendo con el ritual de cada seis años, la caravana del candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) recorre México. La compleja maquinaria del partido más poderoso del mundo occidental se ha puesto de nuevo en marcha para llevar a su hombre a la presidencia del país por décimocuarta vez en 60 años. Un avión particular, decenas de autobuses, cientos de coches, cerca de 200 colaboradores, multitud de periodistas, millones de pesos se mueven por cada Estado del país arropando al afortunado: Carlos Salinas de Gortari, de 39 años, toda una incógnita.

La campaña electoral en México, como dice el profesor universitario Lorenzo Meyer, no sirve para ganar votos. Éstos, en mayor o menor cantidad, ya están decididos de antemano. Desde el empleado más modesto hasta el más fino observador, en México todo el mundo sabe la solución: por las buenas, el candidato del PRI -el candidato- gana; pero, si no, gana por las malas. La campaña sirve, dice Meyer, para otras dos cosas. En primer lugar, para que el pueblo conozca a quien hasta ahora le era extraño y el año próximo se convertirá en su próximo presidente. En segundo lugar, este enorme esfuerzo económico y personal sirve para que el candidato se informe, en la medida de lo posible, de los problemas del país.Carlos Salinas ha sido hasta ahora -y quiere dejar de serlo aceleradamente- un tecnócrata. "Ha hecho toda su carrera", afirma quien le conoce, "en los corredores burocráticos de las altas finanzas". Como antiguo secretario de Planificación, es un experto en las interioridades de la alta política, pero nunca ha visto de cerca las necesidades populares. No ha sido gobernador, ni alcalde ni ningún otro cargo que le permitiese la toma de decisiones sobre las inquietudes inmediatas de sus compatriotas.

Estas limitaciones, sin embargo, no parecen retraerle. Por el contrario, se le ve disfrutar del cargo sentado en su asiento del autobús, saludando desde la ventanilla a las personas que le aclaman. "Ahí va nuestro presidente", gritan desde abajo. "Sí bueno, pero hay que votar, ¡eh!", contesta Salinas, aludiendo a lo que dice considerar su principal enemigo en estas elecciones: la albstención. Si las cosas no cambian sustancialmente y este hombre menudo no consigue animar la campaña, puede ser elegido por bastante menos de la mitad de los electores mexicanos.

Pero hay ya algunos datos gestos y pequeñas indicaciones que hacen soñar a los mexicanólogos, justamente escépticos por la repetición de esperanzas frustradas, que Salinas pueda ser el pequeño depositario de un sutil pero apreciable perfume de cambio.

Carlos Salinas es el resultado de un proceso no democrático en el que el actual presidente, Miguel de la Madrid, lo designó personalmente como sucesor en la ceremonia del dedazo, -término suficientemente explícito-, sin la menor consulta popular. Llega al puesto del candidato con todas las sospechas fundadas de quienes, en la oposición o en la neutralidad, quieren el fin del sistema de populismo autoritario o autoritarismo populista que ha gobernado el país en el último medio siglo. Todas las glorias, por tanto, deberá ganárselas el propio Salinas; ninguna le ha sido heredada.

Su primera prueba es esta campaña. La primera lucha, vencer las resistencias del aparato del partido para acercarse a los problemas reales y no a las adulaciones tradicionales con que cada gobernador regala a cada candidato cuando éste llega a su Estado. Un destacado miembro del séquito de Salinas ha comentado que la mayor sorpresa que éste ha tenido en sus primeras visitas al interior del país ha sido comprobar el,grado de cerrazón y atraso político de los dirigentes locales del PRI. Su lenguaje y el del candidato difieren como el blanco y el negro.

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Con todas las prevenciones a que obliga el doble sentido de las palabras en México, hay que anotar que Salinas ha dicho hasta ahora en sus discursos que quiere ganar la presidencia como fruto de un proceso electoral limpio y transparente, que no quiere hinchar los resultados en su favor, que quiere darle a la oposición el espacio que merece, que quiere hacer de México una democracia creíble, sin caciques, en la que el pueblo se sienta animado a participar. Que quiere, dicho en la jerga mexicana, poner fin a la política conocida gráficamente como de carro completo, lo que significa ganar siempre, a todos, en todos los lugares y por cualquier medio.

El propio Salinas reconoce en una conversación con corresponsales extranjeros en su autobús, entre mitin y mitin en la ciudad de Culiacán, en el Estado de Sinaloa, que ha encontrado resistencias a su discurso dentro del PRI. "Siempre hay resistencias internas a romper con tradiciones. Hay tesis que se reciben bien como tesis, pero, ya en la realidad de los hechos, cuesta mucho trabajo hacerlas verdad. Pero esto es algo que vamos a ir acreditando y probando en cada elección, en cada momento", afirma Salinas.

"En el partido", añade, "hubo una recepción mixta [a sus tesis]. Estamos de acuerdo en que no podían seguir existiendo unas circunstancias así, pero había miedo de que eso quisiera decir regalarle victorias a la oposición. No debemos quitarle a la oposición ningún triunfo que legalmente haya alcanzado, pero no hay que regalarle triunfos. Hay que hacer valer la ley, la transparencia de los procesos y de los órganos electorales". Preocupado por la amenaza del abstencionismo, Salinas cree que "en la medida en que hagamos las elecciones más limpias, más transparentes, más confiables a la gente, yo estoy seguro de que van a -votar más".

Inmediatamente después de Sinaloa, rompiendo el programa y la costumbre, Salinas quiso ir, aunque sólo fuese por unas horas, al difícil Estado de Chihuahua, cuya sola mención trae a la memoria de los mexicanos el recuerdo de fraude. Chihuahua está considerada una plaza fuerte del derechista Partido de Acción Nacional (PAN), el más importante de la oposición, desde que éste ganase las nueve alcaldías principales en 1983, lo que suponía dominar el Estado.

Tres años después, en las elecciones de gobernador, el PRI venció en Chihuahua, pero no consiguió convencer a nadie de la legitimidad de ese triunfo. En la tierra en la que fue asesinado Francisco Villa, Salinas dijo: "Estamos en una lucha para fortalecer, profundizar y asegurar la democracia e independencia de México".

Llamada de atención

Pero, tal vez, la llamada de atención más importante que Salinas ha dado hasta ahora durante su campaña ocurrió el 5 de noviembre ante el poderosísimo sindicato del petróleo. Tomó la palabra después de Joaquín Hernández Galicia, conocido por todos como La Quina, caudillo de los petroleros, uno de esos personajes, o, quizá, el personaje, prototipo de un régimen de caciquismo, corrupción y tráfico de influencias, el dueño de un superpoder dentro del Estado, un conspirador intocable implicado en conocidos pleitos de gansterismo sindical. Ante él, Salinas se atrevió a invocar la memoria "de un presidente que supo darnos las bases para esta organización política poderosa y representante de los intereses de la mayoría de los mexicanos, que supo señalar a tiempo y con firmeza que en México se acabaron los tiempos de caudillos y caciques, y sólo perduran las instituciones de los mexicanos: Plutarco Elías Calles, fundador del PNR". En ese mismo discurso, el candidato afirmó: "Vamos, amigos petroleros, a esta nueva campaña de la revolución mexicana. Hagámosla con una política moderna, que modernice las prácticas políticas, que lo hagamos con ánimo, que lo hagamos con emoción, pero, sobre todo, con una enorme moralidad".Modernización es una de las palabras claves de la campaña de Salinas. Es un concepto cuyo verdadero alcance no se termina de entender en México. El propio candidato tiene que encontrar todavía un perfil más exacto de lo que quiere decir con ese mensaje. Por ahora, la modernización se ha visto en las formas. En los actos de Salinas en Sinaloa no se veían esas legiones de acarreados, que, con el transporte, el refresco y una pequeña propina, suelen llenar tradicionalmente muchas de las concentraciones del PRI. Los jefes de su campaña aseguran que hay una voluntad decidida de no recurrir a esa práctica más que en casos extremos. Salinas, afirman, no quiere más seguidores de aquellos que habitualmente prometían: "Con usted, hasta la ignominia, señor licenciado".

No hay quien sepa a estas alturas si la modernización va por dentro, pero en Salinas se observa otro estilo, más familiaridad, más soltura, más iniciativa. Va a llegar a la presidencia, además, en una coyuntura que casi le obliga a la renovación.

Salvando las distancias, el profesor Meyer compara las circunstancias actuales de México con las de la Unión Soviética, "si bien en la URSS hay una voluntad mucho más abierta de cambio". En su opinión, existe, efectivamente, una posibilidad de cambio, "pero más por obligación que por vocación". Salinas será, según este análisis, la persona designada, la única persona posible entre los aspirantes, para encabezar ese cambio, sin el cual la antes férrea estructura de poder del PRI se desmoronaría.

La dificil situación económica va a exigir de Salinas, además, una enorme capacidad de liderazgo. La sensación de que el Estado mexicano naufraga en medio de la inflación, de la caída de los precios del petróleo y del descontento social no es exagerada. Frente a eso, la idea de que Salinas tiene que hacer algo brusco y urgente es casi de unanimidad nacional.

México se ve abocado al cambio también, en opinión de numerosos analistas, por la existencia de un panorama muy distinto en un continente en el que hasta hace poco era líder. La reciente cumbre de ocho presidentes latinoamericanos en Acapulco fue una buena oportunidad para comprobar cómo, hoy, los gobiernos de países como Argentina, Uruguay, Brasil y Perú hacen gala de una transparencia informativa, de un sentido democrático de la comunicación ante el que la delegación mexicana quedaba con una burda imagen totalitaria.

Salinas promete modernizar un régimen que da ostensibles muestras de senilidad. "La nación", afirma el profesor Meyer, afirma el profesor Meyer, "no tiene ninguna razón para confiar en él". El candidato cuenta, sin embargo, como cada seis años, con las renovadas esperanzas de todos.

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