Lectores anónimos
Siempre había oído que el apellido cuenta demasiado a la hora de que uno decida hacerse torero, cantante o incluso embajador.Sin embargo, nunca llegué a imaginar que ese incondicional acompañante del nombre pudiera incluso servir para poder publicar un mayor número de artículos en ese apartado de Cartas al director.
Y digo esto no porque ustedes no me hayan publicado las últimas cartas que he enviado a EL PAÍS. No. Estoy convencido de que durante esos días llegaron a su Redacción otras misivas que tenían más interés que la mía.
A lo que me refiero es a que no sé por qué motivos en esa sección se suelen encontrar con demasiado frecuencia opiniones de personalidades que ya gozan de amplia difusión en otras áreas de EL PAÍS, pero que tienen un apellido tan rimbombante como Savater, Gil... A veces, no obstante, pienso que estoy equivocado y que lo que en verdad puede que cuente es el puesto explicitado en la carta a continuación del nombre. Así, ser presidente, director, secretario, coronel o sindicalista de altas esferas no es lo mismo que su un vulgar ciudadano de a pie, cuyas opiniones, al fin y al cabo, no tienen respaldo alguno.
Aunque eso sea así, no me resigno a que no sean oídas mis quejas sobre la mala gestión del Gobierno en materia de oficinas de empleo, sobre la omnipresencia de la Iglesia en la vida española o sobre la falta de cuidado que Telefónica concede a sus cabinas públicas, motivo de mis últimas misivas a su periódico.
Creo, por último, que esta sección debe ser para los anónimos lectores que a diario confiamos en ustedes, y no para todas aquellas personalidades que en muchas ocasiones quieren extender también a estas páginas sus aburridas polémicas-
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