Pensar por pensar
Me gustaría inmiscuirme, a ser posible, en la sabrosa polémica que anda rondando estos días por las páginas de EL PAÍS acerca de la legitimidad o no de pensar por pensar, para tomar partido sin contemplaciones por dicha fórmula (así como, por extensión, por otras tan igualmente saludables, como cantar por cantar, correr por correr, etcétera), aun, eso sí, siendo del todo consciente de que lleva implícito, como más o menos muy bien dice Manuel Vicent (EL PAIS del 13 de noviembre), su necesario correlato dialéctico en forma de esclavismo. Ahora bien, lo que me parece impropio es descargar la inquina, más que contra la propia esclavitud, contra el pobre pensar por pensar.Como desde la famosa expulsión de Adán y Eva del paraíso por Yavé y su espada flameante parece que siempre ha habido esclavos y tiene que seguir habiéndolos, no creo que pueda quedar otra cosa por hacer que distinguir entre las siguientes formas de esclavitud y quedarse con la menos mala: a) la del que se esclaviza a sí mismo trabajando fuera de casa o/y dentro de casa, con lo cual tira la vida por la borda; b) la del humano que ha sido esclavizado por otro humano, diligencia harto practicada por los griegos y los otros no tan griegos (por ejemplo, Eugenio Trías cuando escribía La funesta manía de pensar (EL PAIS del 6 de noviembre), en lugar de estar fregando los platos de la cena como le estaba mandado, y c) de la máquina que ha sido esclavizada por un humano, mientras éste se dedica a lustrosas actividades, sin ninguna finalidad fuera de ellas mismas (esto es, que no son trabajo), como pensar por pensar (y ya puestos, cantar por cantar, correr por correr, vivir por vivir, etcétera).
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