Rothko, contemplado
Me contó que cuando vio los cuadros de ese pintor en la Tate Galery -estaba en Londres, siguiendo un cursillo de inglés gracias, a una rara beca institucional- se quedó como paralizada. No le sonaba el nombre ni había visto nunca una pintura como aquélla (no frecuentaba museos ni galerías. Creía sinceramente que la mayoría de las cosas colgadas en esa especie de catedrales no tenían nada que ver con la vida. Eso me dijo), pero desde el umbral se le vino a la cabeza el sueño, o una parte del sueño, que había tenido esa noche."Me estrellé contra un escaparate. Después de lanzarme contra el cristal, quedé tendida junto al bordillo, mi cuerpo rebotado. Completamente fragmentado por dentro, seguro que se desbarataría cuando fueran a moverlo. Yaciendo sobre una alfombra de diminutos cristales. Sabía que iba a morir. Pero también sabía que había chocado contra la luna voluntariamente: lo hice para demostrar lo real de mi dolor, para demostrar que podía llegar a autodestruirme con tal de ser creída. Lo encontré razonable".
Eso me contó. Y que esa revelación surgió mientras contemphiba un cuadro azul sobre verde, de una serie llamada Seagram, algo así como diagrama marino, maregrama. Luego, ante de salir, compró varias tarjeta representando bandas de Rothko y envió una a un amigo muy querido, que, a vuelta de correo, encabezó su carta escribiendo "Your card is very nice" ("Muy bonita tu tarjeta").
La pregunté si sabía que Rothko era un suicida. No, no lo sabía, así que su contemplación es 1,uvo despojada del tembloroso há lito desprendido de nombres cemo Jongkind, Van Gogh o Berijamin. Además, esa pintura no le recordaba en nada a la muerte: "Al contrario, me pareció muy hermosa y muy calmante:". ¿Y el sueño?". "No sé, no me lo explicó bien, pero más bien fue la presencia de algo rotundo. Carno una ráfaga: igual que vino, desapareció".
Mirada / memoria
Estábamos locuaces. Una de esas raras noches en que se bebe le justo y, por unos minutos, se registra un intercambio fructífero (¿conversación?). Me contó también que al salir -tras ver aquí los cuadros de Rothko, un sábada lluvioso-, las fachadas de la c úle de Lista, allá donde posara k. mirada, todo era una viva reniemoración de los cuadros: la mujer de abrigo gris y paraguas co1or berenjena, el alcorque re bosante de agua oscura, el hilo de pintura blanca sobre el asfal to, las columnas cuadradas y maricones sobre los listones de hierro de un portal. Como si todas las cosas participaran de pronto de la sustancia de los cuadros. Como si fuera posible que un cuadro modificara la realidad. O la visión de la realidad.No sólo eso, que resultó se un raro goce para el ajetreado sentido de la vista. También cier to tipo de percepción que creía no haber sentido nunca, pero que k,uardaba relación con la me¡noria. Cuando se sentó sobre la sil1a plástica del bus rojo, junto a la ventana rectangular por la que resbalaban gotas de lluvia, iba envuelta en una extraña calma. Se preguntó si tendría algo que ver con el deambular silencioso por el claustro de un convento. Se lo preguntó por curiosidad, porque jamás había concebido el convento como posibilidad o al ternativa a esta realidad presen te. En cierto modo, a lo que más se parecía era al sosiego de la oración interior en una cripta be lla y caliente, sobre un banco de madera olorosa, últimos nardos de noviembre en búcaros de dise ño lineal. La oración interior, muda -no para pedir favores ni expiar pecados-, en una cripta burguesa de la calle de Ayala (que no es igual a la oración inte rior en un barracón-iglesia del barrio de Aluche).
Ruido / quietud
Se parecía, nada más. Recorda ba haberlo vivido cuando era casi niña, dos o tres veces sola mente. Pero no era esa clase de quietud, aunque ambas se roza ran. Tras la contemplación de los cuadros, lo que permanecía con más fuerza era el sentimiento de una quietud resultado de terri bles luchas. Que ha exigido antes un estado de ansiedad continua, donde la menor ausencia de mo vimiento es objeto de sospecha. Un estado en el que el edificio de un presunto yo se tambalea a diario con la obsesión de tapar grietas o fisuras. Que nada sin codificar penetre. Inverosímil obligación de monolito. Discipli na estéril.Tuvimos la seguridad de que el pintor -lector de Nietzsche y largamente contemplador del Es tudio en rojo, de Matisse- cono ció la existencia de ese espacio y decidió repudiarlo: no quiso de gustar el espeso trago de una vida sin sustancia. Qué desaso siego para él ayer. Qué desaso siego todavía. Qué espanto ayer y cómo sigue creciendo en noso tros. Cómo crece a escondidas, deslizándose furtivo por los reco vecos del espíritu.
Hija de la ffialdad del desaso siego y del espanto sin habla que nuestras sociedades han meta morfoseado en ruido, esa quietud vive. En un gueto, agazapada tras el enorme desprestigio del propio término, negándose a ser liquidada. Quietud que aún resis te bajo el aspecto de una expe riencia única e incomunicable.
Reverso de la irremediable y hue ca soledad a que nos vemos em pujados. Reverso de eso que sigue su cediendo -ese algo gordo-, eso que obviamos tras nuestros in tercambios de miradas cómpli ces: todos enfrascados en la soli daridad de lo que no hay que men cionar, en el absurdo acuerdo de que, más allá de esta agitación, de este siniestro movimiento que nos habita y que habitamos, nohay nada. Allá, en el horizonte, el vacío. Consenso para ahuyentar el siempre peligroso exceso del pensamiento. El pensamiento que se alimenta a sí mismo, brasasin tiempo. Quietud.
Sentida -o presentida- una sola vez, esa quietud deja tras de sí la evocable estela de una nostalgia, el perceptible rastro de una posibilidad tan concreta que sería estúpido ignorarla, convirtiéndola en ruido también. 0 en costra de silencio. Quietud encerrada tras los barrotes de eslóganes, frases, anagramas, vatios, lemas ... Barrotes para proteger el orgulloso trono de la barbarie, una barbarie que no hay que describir (¿se habla de nosotros?), ante el temor de pasar por apocalípticos.
No supimos por qué unoscuadros de Rothko nos llevaron a todo esto. Incluso supusimos que el pintor -irónico, judío y riguroso- prescindió de los temas biomórficos y superrealistas justamente después de Auschwit:E. Una rara casualidad que a partir de entonces transformara el papel o el lienzo en bandas de colorsin límites precisos (los críticos, habitualmente tan discretos, explican este cambio diciendo que, ,la finales de los cuarenta, Rothko tropezó con el más notable de sus descubrimientois").
Rojo
Después supe que 10 años antes de su muerte el pintor estuvo roído por la preocupación de si el mundo duraría una. década más. Taimbién supe que el interés que galeristas e instituciones mostraban por su obra llevó aparejada otra rara casualidad, el alejamiento de sus amigos. Y que el último cuadro que Rothko pintó _según dice un amigo mío- fue completamente rojo, rojo vivo.Desde donde esté. Rothko habrá comprobado que hemos llegado a los ochenta y que todo arrienaza con llegar a los noventa (1992 incluido). Prácticamente, del mismo modo. Sonriéndonos de frases tan excéntricas como las; que él escribía: "El artista antiguo vivía en una sociedad más práctica que la nuestra, la urgencia de una experiencia trascendente era comprendida e incluso instituida oficialmente".
Babelia
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