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Crítica:ANÁLISIS DEL FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La muestra de la gran ausencia

Ha terminado el VIII Festival de Jazz de Madrid. Aunque el ordinal es más bien caprichoso -pueden ir muchos más o muchos menos festivales, según se lleve la cuenta-, el acontecimiento tendría que haber conseguido ya el suficiente arraigo. Las causas de que no sea así tienen distinto origen, pero es lógico pensar primero en la organización. A ésta hay que agradecerle las intenciones y también algunos aciertos: por ejemplo, el nuevo encargado de prensa, todo un fichaje. En el capítulo de los fallos se han señalado ya bastantes, pero todos se quedan pequeños frente a un error capital: la insistencia en mantener el Palacio de los Deportes como sede de los principales conciertos.

Un palacio incómodo

El Palacio de los Deportes es incómodo, se oye mal, los entreactos se prolongan demasiado y los conciertos se hacen eternos. Pero esos inconvenientes son llevaderos si por lo menos el público acude, y este año, a dos de los conciertos más interesantes, el público no acudió. La presencia de varios de los mejores jazzmen de los últimos 25 años el día de los Leaders y el homenaje a Coltrane, la presencia de los mejores grupos de Europa y América el día del United Jazz Rock Ensemble y el quinteto de Tony Williams se vieron correspondidas por una gran ausencia de público.Puede objetarse que las pocas personas que acudieron a esos conciertos hubieran llenado con creces cualquier otro local, y eso a lo mejor es verdad, pero, bien pensado, da aún más tristeza: hay que ver cuánta gente hace falta para que el Palacio de los Deportes esté medio vacío.

Como hasta de lo malo hay que sacar una enseñanza, la ausencia de público en los conciertos mencionados y su presencia en los de Chick Corea y Miles Davis aclaran de una vez por todas dos cuestiones importantes. La primera, la de si existe demanda social de festivales de jazz. Parece que sí, que existe esa demanda siempre que pongamos el énfasis en lo de social; otra cosa es que la demanda proceda de un público verdaderamente interesado. La otra cuestión es la de la función de la crítica. Se ha visto bien claro que los críticos no servimos para nada. Nos hemos hartado de decir que, pese al reclamo de los nombres de Corea y Miles Davis, los mejores conciertos eran los otros dos, y ya ven lo que pasó.

A cambio, se ha vuelto a comprobar que el teatro Albéniz es un buen local para escuchar jazz, aunque se haya visto perjudicado por el exceso de actuaciones y la inclusión de experimentos discutibles. De ediciones anteriores podría haberse aprendido que determinadas fusiones pueden tener atractivo como proyectos particulares, pero no como iniciativa de un centro oficial. Aparte de que no se entiende por qué siempre que se auspician encuentros musicales en los festivales de jazz se busca como música española el flamenco en vez del jazz español, un año más relegado mayoritariamente a los horarios imposibles del Círculo de Bellas Artes.

Dicho todo esto, digamos también que el festival ha tenido resultados artísticos muy buenos. No hablamos de nivel medio, porque con lo variopinto que es hoy el jazz, más los citados experimentos, para calcular ese nivel tendríamos que sumar uvas con peras. Mencionaremos más bien algunos momentos para el recuerdo: la lección de jazz europeo en el concierto de Joachim Kühn y la Vienna Art Orchestra; los raptos de furia de Freddie Hubbard y Lester Bowie, conjurando cada cual a su manera el espíritu de Louis Armstrong; la bonita música de Terence Blanchard y Donald Harrison, variante originalísima del lenguaje más hablado por el jazz actual; la presentación del cuarteto de Ornette Coleman, pese a la pequeña decepción de que una ocasión histórica se aprovechase para hacer publicidad de un disco; la profesionalidad del United Jazz Rock Ensemble y Tony Williams, que tocaron para un local vacío como si estuviese lleno. Y, claro, Miles, lo poco o mucho que tocó Miles en el concierto de Miles.

El triunfo de Anita O'Day

Aunque el festival no fue competitivo, ni falta que hacía, siempre tiene su morbo terminar hablando de triunfadores. Puesto a ello, yo señalaría a tres: Anita O'Day, Anita O'Day y Anita O'Day. Explico la razón. Estamos de acuerdo en que hay un jazz universal, el jazz de los auditorios y los festivales, al que todos tenemos acceso.Pero sabemos que existe otro jazz más íntimo, sin duda más auténtico, al que ya nos cuesta más pertenecer, aunque nos gustaría. La gente de ese jazz vive lejos, habla otro idioma, tiene otra cultura. Es un público tan raro que hasta entiende las reglas del béisbol. Pues bien, las grandes cantantes de jazz son capaces de hacernos creer que pertenecemos a ese público. Y Anita O'Day nos lo hizo creer.

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